* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

domingo, 25 de diciembre de 2011

La cena triste-Cesare Pavese

La cena triste

Justo bajo el emparrado, comida la cena.
Allí abajo hay agua, que corre mansa.
Callamos, escuchando y mirando el sonido
que hace el agua al pasar por el surco de luna.
Esta demora es la más dulce.

La compañera, que se demora,
parece que aún muerde ese racimo de uva,
tan viva tiene la boca; y el sabor perdura,
como el amarillo lunar, en el aire. Las miradas, en la sombra,
tienen la dulzura de la uva, pero los sólidos hombros
y las mejillas quemadas encierran todo el verano.

Han quedado uva y pan sobre la mesa blanca.
Las dos sillas se miran de frente desiertas.
Quién sabe qué cosas alumbra el surco de luna,
con esa luz, dulce, en los bosques remotos.
Puede suceder, antes del alba, que un soplo más frío
apague luna y vapores, y alguien aparezca.
Una débil luz mostraría la garganta
sobresaltada y las manos febriles cerrándose
vanamente sobre la comida. Se sobresalta el agua,
pero en la oscuridad. Ni la uva ni el pan se han movido.
Los sabores atormentan a la sombra famélica
que no llega ni siquiera a lamer, sobre el racimo,
el rocío que ya se condensa. Y, cada cosa goteando
bajo el alba, las sillas se miran solas.
A veces, a la orilla del agua un aroma,
como de uva, de mujer, se estanca sobre la hierba,
y la luna fluye en silencio. Aparece alguien,
pero atraviesa las plantas incorpóreo, y se queja
con el gemido ronco de quien no tiene voz,
y se tiende sobre la hierba y no encuentra la tierra:
sólo le tiembla la nariz. Hace frío, en el alba,
y apretar un cuerpo sería la vida.
Más difusa que el amarillo lunar, que tiene horror
de filtrarse en los bosques, es esta ansia inagotable
de contactos y sabores que macera a los muertos.
Otras veces, en el suelo, los atormenta la lluvia.

Cesare Pavese (Santo Stefano Belbo, 1908-Turín, 1950), "Lavorare stanca" (1936, 1943), Poesie, Mondadori, Verona, 1969
Versión de J. Aulicino
fuente

La cena triste

Proprio sotto la pergola, mangiata la cena.
C'è lí sotto dell'acqua che scorre sommessa.
Stiamo zitto, ascoltando e guardando il rumore
che fa l'acqua a passare nel solco di luna.
Quest'indugio è il più dolce

La compagna, che indugia,
pare ancora che morda quel grappolo d'uva
tanto ha viva la bocca; e il sapore perdura,
come il giallo lunare, nell'aria. Le occhiate, nell'ombra,
hanno il dolce dell'uva, ma le solide spalle
e le guance abbrunite rinserrano tutta l'estate.

Son rimasti uva e pane sul tavolo bianco.
Le due sedie si guardano in faccia deserte.
Chissà il solco di luna che cosa schiarisce,
con quel suo lume, dolce, nei boschi remoti.
Può accadere, anzi l'alba, che un soffio più freddo
spegna luna e vapori, e qualcuno compaia.
Una debole luce ne mostri la gola
sussultante e le mani febbrili serrarsi
vanamente sui cibi. Continua il sussulto dell'acqua,
ma nel buio. Né l'uva né il pane son mossi.
I sapori tormentano l'ombra affamata,
che non riesce nemmeno a leccare sul grappolo
la rugiada che già si condensa. E, ogni cosa stillando
sotto l'alba, le sedie si guardano, sole.
Qualche volta alla riva dell'acqua un sentore,
come d'uva, di donna ristagna sull'erba,
e la luna fluisce in silenzio. Compare qualcuno,
ma traversa le piante incorporeo, e si lagna
con quel gemito rauco di chi non ha voce,
e si stende sull'erba e non trova la terra:
solamente, gli treman le nari. Fa freddo, nell'alba,
e la stretta di un corpo sarebbe la vita.
Più diffusa del giallo lunare, che ha orrore
di filtrare nei boschi, è quest'ansia inesauta
di contatti e sapori che macera i morti.
Altre volte, nel suolo li tormenta la pioggia.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Carta de S.BECKETT para salvar a ARRABAL de la cárcel


CARTA DE S. BECKETT A LA JUSTICIA MADRILEÑA AGOSTO DE 1967

Ante la imposibilidad en que me encuentro de poder testimoniar en el proceso de Fernando Arrabal, escribo esta carta esperando que llegue a conocimiento de la Corte y haga que ésta sirva para dar a conocer el excepcional valor humano y artístico de aquel a quien se va a juzgar.

Van a juzgar a un escritor español que, en el breve espacio de diez años, se ha elevado al primer rango de los dramaturgos de hoy, y esto gracias a la fuerza de un talento profundamente español. En todos los sitios donde se representan sus obres, y esto ocurre en todos lados, España está allí.

Es, gracias a este pasado tan admirable, que invito a la Corte a reflexionar, antes de que emitan un juicio. Y además hay otra cuestión . Arrabal es joven, es frágil, tanto en su especto físico como psíquico. Tendrá que sufrir mucho aún para volver a darnos la obre que tiene todavía que ofrecernos.

Infligirle la pena demandada por la acusación no es solamente castigar a un hombre, sino poner en peligro toda una obra que aún está por nacer.

Hace falta que ésta sea vista no sólo a la luz del gran mérito de ayer y de la gran promesa del mañana, sino también por el perdón, sólo así se devolverá a Fernando Arrabal la pena que le es propia.

Samuel BECKETT (Traducción de J.A.J.)


martes, 20 de diciembre de 2011

de Tres sombreros de copa-Miguel Mihura

Escrita en 1932 por Miguel MIHURA, (Madrid 1905-1977)



domingo, 18 de diciembre de 2011

YOURCENAR escribe sobre RILKE,en 1936

Yo no le conocí personalmente, y sus libros me fueron revelados tarde, el mismo año en que el poeta se vestía definitivamente de fantasma. Una gran parte de su obra se me escapa, sumergida en el balbuceo y en la neblina, pues los poemas traducidos no son más que palomas de alas rotas, sirenas arrancadas de su elemento natal, exiliadas en tierra extraña, gimiendo de añoranza. Apenas sus obras en prosa, sus cartas, algunos versos escritos directamente en francés y algunos relatos de personas que le amaron bastaron para inspirarme una ternura infinita y fraternal hacia él, tan sólo comparable a mi amistad con Virgilio. Pero el tiempo no es más que una ilusión, y ya es algo que la balsa de un mismo siglo nos haya llevado juntos: mientras que Virgilio se nos hunde en la polvareda de dos mil años de crepúsculos, Rilke está todavía tan cerca que podemos amarlo como a nosotros mismos. No basta con ser grande, con ser puro; si lo queremos tanto es porque su miseria es casi la nuestra, y la suerte le ha asignado la misma función infausta. Las soluciones que encontró para su vida repartida entre la angustia y el respeto se cuentan entre las que nosotros podríamos aceptar, y esta comunidad de peligro y de soledad hace que su genio nos resulte un poco menos extraño.

El profundo Virgilio nos hace soñar con las plantas nocturnas que crecen silenciosamente bajo los rocíos lunares, con la melancolía de los frutales corrompidos por el otoño, con el destino dorado de las abejas y de los astros. También Rilke tiene sus frutales, sus astros y su Orfeo. Pero la verdadera patria del joven Malte no son los Campos Elíseos de Gluck, sino el país enfermo y gris donde el ajusticiado se consuela con la esperanza; es París, es Praga, Purgatorios pensativos.

La luz tenebrosa que invade la habitación de la calle Toullier es la de un alba aún pálida por haber atravesado la noche, y la manzana de Cézanne hace que los árboles del huerto de Muzot se inclinen bajo su peso tranquilizador y triste. Extrañas manos, como esas que Rodin jamás se cansó de modelar, frecuentan los pasillos de esta obra crepuscular como la mañana, y que parece dictada en la hora en que los fantasmas palidecen. Si este poeta, acostumbrado a las visitaciones angélicas se consideró insustancial, humilde, despojado hasta la transparencia, es porque se sabía nacido para transmitir, para escuchar, para traducir, arriesgando su vida, esos secretos mensajes que las antenas de su genio le permitían captar; encerrado en su cuerpo, como un hombre que escucha en un navío que naufraga, mantuvo hasta el final su contacto con ese lugar misterioso de emisión, situado en el centro de los sueños.

Respeto hacia los hombres, respeto hacia sus almas invisibles o, tan rara, tan patéticamente adivinadas; respeto hacia sus tristes cuerpos que ellos mismos apenas respetan, contentándose con cuidarlos, torturarlos o negarlos. Respeto hacia las cosas, de las que los hombres abusan con mayor inconsciencia si cabe, y a las que tratan peor de los que su corazón les diría. Respeto hacia el silencio, lleno del presentimiento de voces futuras; respeto hacia el pasado, que sigue presente como la huella que deja el anillo desaparecido en el joyero, y respeto hacia el instante presente, que pronto irá a añadirse al pasado, atraído por la imantación del tiempo. Respeto hacia los ángeles, que son nuestros guardianes y tal vez nuestras almas; respeto también hacia nuestros demonios, que son la sombra que nuestros ángeles proyectan. Respeto hacia Dios, aunque no exista, pues no existir no es, después de todo, más que una manera algo más noble y más pura de ser, y porque le poseemos al menos en forma de deseo y de espera. Respeto hacia el amor, que hombre y mujeres no respetan por el miedo que tienen a ser dignos de él. Respeto hacia la muerte, que es el fruto de nuestra vida y casi su hija. Rilke respetó todas estas cosas y dedicó su existencia a venerarlas poniendo sobre ellas unas manos cada vez más temblorosas, pero que, como las de un amante, sólo tiemblan a fuerza de atrevimiento. En una época en la que morimos de sequedad desdeñosa y de indiferencia grosera, Rilke es el único poeta a quien cosas y seres entregaron sus secretos supremos, por haber sido él el único en comprender la necesidad de arrodillarse. No dispone de los dones del visionario, como Blake, o del nigromante, como Swedenborg, o del brujo, como el viejo Goethe; no posee el extraño magnetismo telúrico que hace de la obra de Mann la mayor reserva de fuerzas elementales; ni tampoco tiene entre sus dedos los utensilios cortantes y curvos de Proust. Del fondo de tanta desnudez y de tanta soledad, los privilegios de Rilke y su mismo misterio, son el resultado del respeto, de la paciencia y de la espera con las manos juntas. Un buen día, esas manos, doradas por el reflejo de no sé qué cielos desconocidos, se separaron por sí mismas, semejantes a la cáscara frágil y perecedera de un fruto formado en la profundidad de esas palmas y del que nunca sabremos si se debe más a la luz que le ha madurado o a la profundidad de la que ha salido.

En Roma, una tarde de Navidad que recuerda e iguala a la mañana de Pascua del primer Fausto, Rilke escribía a un joven poeta para aconsejarle que fuera grande, y para consolarle por estar solo. Entre los compañeros dispuestos a probar nuestras soledades, enumeraba a Dios, y también a la primavera, y a la infancia, y sobre todo al viento “que pasó sobre los árboles de numerosos países”. El recuerdo de Rilke se ha vuelto semejante a esa brisa que de nuevo abre, como una rosa de Jericó, el corazón árido de los solitarios. Porque él fue triste, nuestra amargura es menos grande; porque él vivió sin seguridades, nosotros estamos menos inquietos; porque él estuvo solo, nosotros nos sentimos menos abandonados. Diez años hace ahora que Rilke entró en esa tierra en la que el sepulturero de sus cuentos esperaba ahondar lo suficiente como para encontrar a Dios, y ya la obra de este poeta ha adquirido un rostro de Ángel y aporta a los desdichados el refrigerio de sus propias lágrimas.

Marguerite Yourcenar

Traducción de Almudena Nicás

Este texto fue escrito en 1936 a petición de Madame Roland de Margerie, para un homenaje a Rilke que finalmente no pudo aparecer; quedó inédito hasta hoy. Expresamos toda nuestra gratitud a Diane de Margerie que, habiéndolo descubierto, ha querido confiárnoslo para que sirva como introducción a la presente traducción de los Poemas a la noche.Trad. G.Althen y J.Y.Masson-Edit. VERDIER,Paris,1994

fuente

jueves, 8 de diciembre de 2011

fragm. de Sueño con mujeres que ni fu ni fa-Samuel BECKETT

Alba suspiró. Calderilla para chuches. Para suspirar a solas de ese modo, dolorida, con la copa de coñac en la mano, concentró la vista en él, arrancó las enaguas y perifollos de su mirada, desplegó las garras y soltó los corchetes de su cerebro, que se abrieron y se clavaron en el gañán. O dicho de otro modo: lo hizo para asomarse a la ventana más alta de la torreta, para que las aves acudieran a ella volando en la noche, y fue tal como Florina en la alta ventana, entonando su cantinela de modo que las aves, posándose furtivamente en el gran ciprés de las espadas y las dagas, batieran de súbito las alas, revoloteando con presteza. Y entonces emitieron el graznido exangüe: Nunca supe lo que era el Amor hasta que te conocí, y tú me conociste a mí, tralarí. Y que no haya un azor digno de mí en toda la bandada...
¡Trincapollas!,* suspiró Alba levantando la copa. Pero si es que todos los hombres son homosexis, ojalá hubiera nacido lesbiana.
Cuanto antes, a la vista estaba que no, se convirtiera en Mie-Souillon** y durmiese y llorase en una Cámara de los Ecos y se comiera crudos a los astrólogos y a los médicos, tanto mejor, par la vertuchou!*** Ya, pero ¿se lo permitiría su salud? No, su salud no iba a aguantar. Antes debe fortalecerse un poco, llevar una vida más sana, tomar un reconstituyente y dar un paseíto diario por los jardines. Entonces se vestiría con los andrajos de su Venerilla, su sirvienta, su mugrienta, y emprendería el camino.
Emprendería el camino por el bosque tomándose su tiempo. Nada de forzar el paso. Las aves se esparcirían sangrantes por las copas de los árboles. El bullicio de las aves en desbandada la guiaría hasta la miel. Pero ¿qué miel?
No levantaban el vuelo, las alas hechas jirones, no llegaría a verlas, a la desesperada se diseminaban y a duras penas se mantenían en el aire entre las ramas traicioneras, cual bandada de polluelos lastimados abriéndose paso a trancas y barrancas. En el ardor de sus empeños pierden las vergüenzas al pasar por el cedazo, nada pueden hacer para evitarlo, un rocío de blancas heces se filtra al caer entre el verdor de la luz, empapa las hojas, el bullicio de sus empeños la guía al reino de miel. Pero ¿qué miel? ¿La miel verde de Circe? Por desgracia, de eso una pinta, y de propina un bidón de bilis, sal en mi boca por siempre jamás.
Introdujo la mano en las entretelas del sombrero como si fuera un manojo de hierba que crecía y se extirpó el elegante sombrerito en un arrebato. Con una madeja de negrísimo cabello se envolvió el ebúrneo sinentido de la sien. Se puso en pie, se desembarazó del diván hasta hacerse una figura etérea, vigilante, inmóvil, erguida, gacha la voluminosa cabeza, ayudándose con las yemas de los dedos para salvar la mesita, para no perder contacto con tierra. Aguardó. Aguzó el oído hasta que se le reubicase el salón. Creyó que tenía fiebre. Diez contra uno a que se acercaba el camarero.
-Señora...-dijo el camarero.
-Mi abrigo- dijo ella, saliendo del marasmo-, y he pedido otra copa de coñac- dijo, volviendo a sentarse-, si bien se acuerda usted.
No la había pedido, por lo que el camarero no se acordaba de nada por el estilo.
-¡Hennessy!- gritó-. De tres estrellas, y doble, de degustación.¡Rápido! -exclamó-. ¿O es que no se nota que me estoy muriendo?
Plegó sus piernas de alta cuna, acurrucándose contra el brazo del diván. El salón había vuelto a su estado de natural desaliño, a una maraña de espirales y focos aislados.
Pero el acalorado cerebro de la hermosa Alba ya se había disparado:¿qué hago yo fuera de casa; en nombre de Dios, por qué se me ocurre salir de casa, achispada, como una cría, cocida en mi propia salsa? ¿Es que he de bautizarme? ¿Casarme? ¿Enterrarme? En tal caso, ¿por qué no estoy en mis aposentos, escuchando el vendaval? Y un hombre no me quita los ojos de encima, tal como miraba Orestes de arriba abajo con ojos inyectados en sangre los harapos de su hermana. El muy rufián, ¿por qué no viene y me entretiene?
-Azúcar- dijo al tembloroso camarero.

*en español en el original.
**Nombre de un personaje del cuento "El pájaro azul", de Madame d'Aulnoy
***¡Diantre!

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de Sueño con mujeres que ni fu ni fa, primera novela, escrita en Paris en 1939, por Samuel BECKETT,(1906-1989)
de las notas, traducción y postfacio: José Fco. Fdez. Schez. y Miguel Mtnez-Lage
editorial Tusquets 2011-