* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

martes, 30 de agosto de 2011

Blunderbussiana-de Memorias biográficas de pintores extraordinarios-W.BECKFORD (1760-1844)

No sin dificultad considerable es posible precisar el lugar e incluso el país en que nació este artista, si bien tenemos motivos de peso para suponer que vino al mundo en Dalmacia, cerca de la frontera con Croacia. Rouzinski Blunderbussiana, padre de aquel cuyas aventuras serán tema de las páginas siguientes, era capitán de un grupo nutrido de banditti que durante muchos años fue el terror que azotó Dalmacia y las regiones convecinas. Su formidable banda llevó a cabo depredaciones sin límite, y con ser muy numerosos los bandoleros tan sólo un ejèrcito pudo haberles hecho frente. Al hallar sin embargo seguridad en los desfiladeros de aquellas montañas, cuyos laberintos sólo ellos conocían, la soldadesca veneciana y la húngara se empeñaron en vano en extirpar este tumor. Rouzinski, el cabecilla, era uno de los jefes más arrogantes que ha conocido la humanidad. Su descomunal estatura, su temeridad sin par, sus pasmosos éxitos y su popularidad lo habían aupado al mando déspota de estos bravos salvajes, a los que ninguna empresa, por descabellada que fuera, habría parecido imposible, pues ejecutaban sus proyectos casi en el instante en el que los habían concebido. Las cuevas en las que residían eran oquedades formadas en las rocas, en la cumbre de una montaña, en la agreste provincia de Morlacco, que en cierto modo era de su dominio. Nadie osaba aproximarse al lugar en el que habían establecido su morada. El picacho de este monte, visto incluso desde lejos, causaba espanto entre los dálmatas. De haber tenido ellos conocimiento de las escenas que ocultaba, se habrían echado a temblar. No permite el plan de esta obra que entremos en detalle en la decripción de este monte y sus cuevas, pues de lo contrario habría expuesto con gusto a mis lectores algunos particulares relativos a la residencia de estos banditti, que tal vez hubieran sido merecedores de una lectura atenta. Por el momento debo atenerme tan sólo a lo que estrictamente guarda relación con la vida de Blunderbussiana.
A su regreso de Turquía, provisto de un cuantioso botín, su padre trajo consigo también a una dama de cierta distinción, que tuvo el infortunio de caer en sus manos. Se la llevó a su cueva, trató de entretenerla con un repaso de los almacenes o mas bien grutas inmensas en que guardaba sus tesoros y paulatinamente se enamoró rendidamente de ella, con lo que toda la riqueza la puso a sus pies. La joven turca, que apenas había visto el mundo, se sintió encantada con el aire viril de su admirador, y deslumbrada por su generosidad al cabo de un tiempo olvidó la repugnancia que su salvaje profesion le inspiró en principio. Al cabo consintió en hacerle feliz, y de esta unión, celebrada con tumultuosos festejos por todo el imperio subterráneo, nació nuestro héroe. Las primeras ideas de Blunderbussiana, inspiradas en los objetos que le rodeaban, no cabe suponer que fueran de la naturaleza más amable. Contempló las lúgubres cavernas abiertas en los riscos inaccesibles, que entodo momento amenazaban precipitarse sobre su cabeza. Oyó todas las noches las terribles relaciones de los combates entablados durane el día, y no pocas veces cuando se acercaba distraído a la entrada de las cuevas, espiaba a su padre y a sus compinches, que despojaban a los asesinados de sus bienes, arrojando sus cuerpos a los pozos y fisuras insondables. Acostumbrado desde pequeño a tan pavorosos espectáculos, poco a poco fue sintiéndose complacido con ellos, y su inclinación a la pintura se manifestó antes que nada en el deseo que mostró de imitar las figuras de los guerreros que comandaba su padre.
Tan pronto fue su hijo capaz de lanzar una jabalina o de cargar con el peso de un mosquete, Rouzinski lo llevó consigo en sus correrías y se regocijó en la celeridad que que perseguía al jabalí, en la presteza con que degollaba al ciervo tembloroso en un claro. Tras dedicar un año entero a estos sanguinarios pasatiempos, su padre lo consideró apto para participar en sus expediciones, yprimerolo llevó al encuentro de una nutrida tropa de turcos que escoltaba a unos mercaderes húngaros. "En el futuro, ésta ha de ser tu caza", dijo a su hijo el despiadado bandolero, y el hijo llevó a cabo prodigios de valentía y de crueldad. Pero permítaseme correr un velo sobre estas imágenes espeluznantes. Aunque el honor a la verdad me impide ocultarlas del todo, el sentido de la humanidad me suplica que abrevie todo lo posible en su relación.
Pasaron dos veranos en constantes acciones de rapiña, en eternas escenas de opresión. El invierno era la estación del reposo, y el joven Rouzinski lo dedicaba a rememorar las aventuras de lso meses de verano y a fijarlas por medio del lápiz. En algún momento de asueto debió de leer un tratado de pintura que encontro entre los despojos de unos italianos a los que saquearon, y el tratado le sirvió de gran ayuda. Se recomendaba ante todo el estudio de la anatomía, asi que sin vacilación siguió el consejo que se le daba. La banda de su padre con frecuencia arrastraba los cuerpos de sus víctimas a las cuevas, y se entretuvo en diseccionar y en copiar sobre el papel las distintas partes del cuerpo, hasta alcanzar un grado de distinción en la representación de los músculos como rara vez se ha visto en las obras de los grandes maestros. Su aplicación a la tarea fue sorprendente,puesto que una vez encendida la curiosidad por la estructura del cuerpo humano siguió dedicado a estos estudios con un ahínco que quienes no sean verdaderos amateurs dificilmente podrán comprender. A diario descubría una nueva arteria o un tendón distinto; a cada poco producía un nuevo dibujo de veras magistral, y aun cuando no tenía a nadie que guiase sus progresos mejoró de un modo que habría honrado a los artistas más eminentes. Comenzó entonces a agrupar sus figuras de un modo más ambicioso, a colocarlas con juicio en la escena, aunque carecía de pigmentos y de otros materiales, y sin materiales hasta Miguel Angel habría concebido en vano la cupula de San Pedro. Conocía gracias a su tratado las obras de los pintores italianos que anhelaba contemplar con sus propios ojos, y resolvió que, en la medida de lo posible, al verano siguiente huiría de los dominios de su padre y alcanzaría una región en la que pudiera satisfacer sus aspiraciones. No obstante, por el momento se tuvo que contentar con las oportunidades que encontró e mejorar en sus estudios anatómicos, y esta ocupación disipó sus intenciones de darse a la fuga al menos por un tiempo. En primavera dedicaba la primera hora de la mañana a salir de su cueva, y llevándose a menudo un cadáver la hombro se refugiaban en una arboleda cercana, explorándolo con deleite. En vez de llevar en sus caminatas una bella edición de bolsillo de uno de los clásicos impresos por Elzevir, nunca le faltaba una pierna o un brazo, que seccionaba poco a poco, y por lo general se acompañaba en estas operaciones de un silbido melodioso, pues era un joven de disposición alegre, tanto que de haber recibido una educacion diferente habría sido un bello ornato de la sociedad.
Llegó entonces el verano y fue convocado para asistir a su padre y a un destacamento escogido de la banda en una expedicón por territorios húngaros. Pero las tropas regulares estaban al tanto de sus intenciones, y les tendieron una emboscada nada más salir de su refugio; cayeron sobre ellos con saña y dejaron muertos en el campo de batalla al viejo Rouzinski y a una treintena de sus hombres. Blunderbussiana logró escapar y atravesó como pudo bosques que se tenían por impenetrables, y montañas inhóspitas, en las que subsistió gracias a los frutos silvestres y a la leche de las cabras. Cuando llegó a las fronteras de la civilización su semblante silvestrado y la bárbara manera de mover sus ojos de un lado a otro aterraron a todos los lugareños que lo vieron. Tan extraordinaria era su apariencia que algunos insistieron en que por fuerza tenía que ser el Anticristo, mientras que otros creyeron que era el Judío Errante. Tras experimentar adversidades innumerables, que nadie que no estuviera desde la más tierna infancia acostumbrado a tales fatigas podría haber resistido, llegó a la región de Friuli, donde encontró trabajo de leñador a cargo de un cirujano veneciano que se habia retirado allí a disfrutar de una finca que poco antes le había sido legada en herencia.
Un día, tras haber trabajado duramente, atrapó a un gato que andaba jugueteando cerca de donde cortaba la leña, y para recrearse lo diseccionó con tal habilidad que su señor, quien casualmente pasó por allí, se llevó una gran sorpresa, tanto que comentó esta circunstancia en una cena con varias de sus amistades, entre las que se encontraba el famoso Giuseppe Porta. Este pintor, llamado a veces Salviati, era un gran admirador de la anatomía, y quiso conocer al habilidoso joven: pasmado por la tosquedad de su apariencia, se puso a retratarlo en unas tablillas que siempre llevaba encima. Blunderbussiana estuvo extasiado mientras se vio obligado a posar para el artista, y suplicó de corazón examinar más de cerca el resultado de su trabajo, momento en el cual arrebató el carboncillo a Porta y con tres o cuatro trazos precisos corrigió algunos defectos anatómicos, haciéndolo con tal seguridad y tal felicidad que el pintor quedó anonadado. Como por casualidad deseaba hacerse con los serevicios de un criado, Porta rogó a su amigo que diera prermiso a Blunderbussiana para regresar con él a Venecia, solicitud que fue concedida sin tardanza, y el joven emprendió alegremente viaje con él.
No pasó mucho tiempo con su señor en calidad de criado, pues pronto se le tuvo a la luz del discipulaje. Se le procuraron todas las ventajas posibles, y al cabo de un año de estudio entregó al público varias piezas en las que las leyes del chiaroscuro aparecían observadas de un modo espléndido. Las escenas de su vida anterior seguían frescas en su memoria, y sus cuadros casi siempre representaban varias perspecrivas de las cuevas, enrojecidas por la luz del fuego, en torno al cual los banditti se daban a sus francachelas; si no, pintaba oscuros valles, entre rocas afiladas, en cuya base estaban desordenados los cuerpos de los viajeros asaltados. Su padre, apoyado en su lanza y dando órdenes a sus guerreros, era el objeto principal de estas piezas, caracterizadas por cierto horror, que quienes ignoraban la realidad de tan pavorosas escenas consideraron felizmente imaginarias. Si representaban las aguas, eran aguas oscuras y turbulentas; si eran los árboles, aparecían deformes y marchitos. Los cielos de sus obras aparecían bajos y encapotados, y su chiaroscuro, logrado en el estilo que los italianos llaman sgraffito (un tinte grisáceo y meláncolico), se acoplaba como un guante a lo lúgubre de sus temas. Por la elección de los mismos, podría suponerse que Blunderbussiana era un personaje triste y taciturno: por el contrario, como ya he indicado antes, era un hombre de carácter sociable, muy apreciado por aquellas personas con las que pasaba las horas dedicadas a su entretenimiento. Sus placeres eran singulares, y probablemente no serán considerados como tales en opinión de muchos de nuestros lecores. Por ejemplo, tras una cena animada, que nunca dejaba él de aderezar con sus ocurrencias, invitaba a algunos de sus amigos a pasear a medianoche, y los conducía con astucia a algún cementerio, engatusándoles allí, a modo de mera broma, para robar entre todos algunos de los cuerpos enterrados, que él mismo llevaba después con gran contento, más exultante que si hubiera llevado en brazos a la más bella dama de los alrededores.
A la larga, estas diversiones resultaron fatales, pues contrajo una fiebre violenta a raíz de una competición por ver quién bebía más, que sirvió de preludio a una de estas deliciosas incursiones en los camposantos. El transtorno, que atacó gravemente su robusta constitución, lo redujo en dos días a una situación sumamente crítica. Ardiendo de fiebre, se sumergió en un baño frío del que tuvieron que sacarlo delirante, y una vez transporado no sin dificultad a su lecho comenzó a desbarrar de un modo atroz. A cada instante parecía contemplar los miembros cercenados que había copiado en sus estudios de anatomía. "Rápido, dadme mis instrumentos-clamaba-, así podré desbaratar las cabriolas de esas tres malditas piernas que acaban de entrar en la estancia y se disponen a saltar sobre mí. ¡Oíd que me van a sacar a patadas de la cama! Ahí están, mirad esas horribles cabezas que no hacen mas que rodar por encima de mí ¡Oíd, oíd el ruido que hacen al moverse! Y ahora se deslizan en cambio como si rodasen por un césped en un juego de bolos. ¡Misericordia, defendedme de esos ojos despavoridos! Abrid todas las ventans, abrid las puertas de par en par, que salgan esos gatos espeluznantes que me eucpen fuego y me azotan con el rabo. ¡Cómo repican sus huesos! ¡Auxilio! ¡Por compasión!"
Al tercer día sus sufrimientos terminaron y su cuerpo atormentado, según era su deseo, fue llevado, con todos sus estudios de anatomía, al colegio de cirujanos. Tal fue el final del ingenioso Blunderbussiana, cuyo esqueleto canonizaron los facultativos y cuyos cuadros, dispersos por la mayoría de los palacios venecianos, siguen aterrando a los tiernos de corazón.
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esta obra fue escrita cuando el autor contaba 16 o 17 años; después escribió la famosa novela "gótica" Vathek, claramente inspirada en Las mil y una noches, en francés, para que en su país no conocieran sus escabrosas interioridades. Se le considera precursor de los genios fantásticos de Marcel Schwob y Borges entre otros; éste último tiene dos escritos sobre la novela Vathek, uno de ellos prólogo.
de Memorias biográficas de pintores extraordinarios-William BECKFORD-(Londres,1760-1844)-trad. y postfacio de Miguel Martínez-Lage
edit. Sexto piso-Madrid,2008

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W. Beckford en 1782, por G.Romney



Fonthill Abbey, diseñada por el arquitecto James Wyatt,
para W. Beckford; de ella sólo quedan ruinas.

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