* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

lunes, 31 de octubre de 2011

Maurice MAETERLINCK-El Homero de los insectos-


Original caption:7/12/1940-New York, NY: Long hair and Geniuses frequently go together, but, as far as we know, no genius ever went so far as to put his crowning glory into a hair net until Maurice Maeterlinck thought of it. The Famous Belgian author of “The Bluebird” is shown arriving today on the S.S. Nea Hellas, Greek Steamship, with his coiffure neatly netted in deference to the sea breezes.

Vía Bettman Corbis ,vía entregulistanybostan

[...]

Entre los Himenópteros, que, en el mundo que estudiamos, representan la clase más intelectual, el genio constructor de nuestra maravillosa abeja doméstica es ciertamente igualado, en otros órdenes de arquitectura, por el de más de una abeja silvestre y solitaria; principalmente por el Megachile Sastre, pequeña mosca de mísera apariencia, que fabrica, para poner sus huevos, alvéolos formados de una multitud de discos y elipses cortados, con una precisión matemática, en las hojas de ciertos árboles.

Por falta de espacio no puedo, y lo siento muchísimo, citar las bellas y claras páginas que J. H. Fabre, con su conciencia habitual, consagra al profundo estudio de ese admirable trabajo; sin embargo, ya que la ocasión se presenta, escuchémosle, aunque no sea más que un instante y sobre un solo detalle:

«Con las piezas ovales, la cuestión cambia de aspecto. ¿Qué guía tiene el Megachile para cortar en bellas elipses la fina tela del robinero? ¿Qué modelo ideal conduce sus tijeras? ¿Qué métrica le dicta las dimensiones? No parece sino que el insecto es un compás viviente, apto para trazar la curva elíptica por cierta flexión del cuerpo, de la misma manera que nuestro brazo traza el círculo girando sobre el apoyo del hombro. Un ciego mecanismo, simple resultado de la organización, parece ser el único agente en su geometría. Esta explicación me tentaría si las piezas ovales de grandes dimensiones no fuesen acompañadas, para colmar sus huecos, de otras piezas mucho menores, pero igualmente ovales. Un compás que, por sí mismo, cambia de radio y modifica el grado de curvatura según las exigencias de un plan, me parece un mecanismo que se presta a muchas dudas. Debe haber algo mejor que eso. Las piezas redondas de la tapa nos lo dicen.

»Si, por la sola flexión inherente a su estructura, la cortadora de hojas llega a recortar óvalos, ¿cómo llega a cortar círculos? Para el nuevo trazado, de configuración y amplitud tan diferentes, ¿admitimos otros rodajes en la máquina? Bien que el nudo de la dificultad no está ahí. Esos círculos se adaptan, casi todos, a la boca del recipiente con una precisión casi rigurosa. Terminada la celdilla, la abeja vuela a centenares de pasos más lejos para hacer la tapa... Se posa sobre la hoja en que ha de recordar la pieza circular. ¿Qué imagen, qué recuerdo tiene del receptáculo que se trata de cubrir? Ninguno; no lo ha visto jamás, pues trabaja bajo tierra, en una profunda obscuridad. A lo sumo puede tener las indicaciones del tacto, no actuales, por cuanto el receptáculo ya no está allí, sino pasadas y sin eficacia en una obra de precisión. Sin embargo, la rodaja a recortar debe ser de un diámetro determinado: demasiado grande, no podría entrar; demasiado estrecha, cerraría mal, ahogaría el huevo bajando hasta la miel. ¿Cómo darle, sin modelo, las justas dimensiones? La abeja no vacila un instante. Con la misma celeridad que emplearía en cortar un lóbulo informe, recorta su disco, y este disco, sin más cuidados, resulta de las dimensiones que el depósito requiere. El que pueda explicar esa geometría que la explique. Para mí es inexplicable, aun admitiendo recuerdos proporcionados por el tacto y la vista...»

Añadamos que el autor ha contado que se necesitaban, para formar las celdillas de un Megachile congénere, el Megachile Sedoso, exactamente mil sesenta y cuatro de esas elipses y de esos discos, que deben ser recogidos y dispuestos en el curso de una existencia que dura algunas semanas...

No nos cansaríamos de coger a manos llenas preciosidades de esos inagotables tesoros. Por haber visto con tanta frecuencia sus telas extendidas por todas partes, creemos, por ejemplo, poseer nociones suficientes sobre el genio y los métodos de nuestras arañas familiares. Pero no es así; las realidades de una observación científica requieren un volumen entero en que se acumulan revelaciones de que no teníamos ninguna idea. Citaré simplemente, al azar, la armoniosa morada con arcadas de la araña Cloto, la asombrosa escapada funicular de los pequeñuelos de nuestra araña de los jardines, la campana de bucear del Argironeta, el verdadero hilo telefónico que pone en comunicación con la tela la pata de la Epeira oculta en su cabaña y le advierte que la agitación de sus lazos proviene de la captura de una presa o de un capricho de la brisa.

Es, pues, imposible, a menos de disponer de páginas ilimitadas, dedicar más de dos palabras a los milagros del instinto maternal, que se confunden con los de la alta industria y forman el centro luminoso de la psicología del insecto. Sería necesario disponer también de varios capítulos para dar una idea sucinta de los ritos nupciales que constituyen los episodios más extraños y fabulosos de esas Mil y Una Noches desconocidas...[...]

En La inteligencia de las flores (1907)
Traducción de Juan B. Enseñat
Buenos Aires, Editorial Tor
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foto tomada de entre Gulistán y Bostan

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