* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

viernes, 31 de mayo de 2013

Cuento a la luz de la luna-Robert WALSER



Cuéntese este cuento con la actitud de quien da una conferencia:
Parece que hubo una mujer muy refinada, muy elegante, que no sólo era de una belleza insólita, sino que era también una lectora infatigable, y de quien quisiera que pensaran que estuvo, como quien dice, largo tiempo en la suave cima de la vida, de donde habría de ir cuesta abajo según según se fuera viendo adornada de una juventud cada vez menos intacta.
La mujer que creo haber caracterizado con las palabras arriba mencionadas, esto es, con las palabras que acabo de poner convenientemente encima de la mesa, tenía un esposo -¿cuántas historias conyugales llevo ya contadas?- con el que, aunque a ratos descontenta, se entendía relativamente bien, que cometió la imprudencia de pedirle una noche, a la luz de una lámpara, que fuera buena y le confesara lo que ella, en el fondo, siempre le había querido reprochar.
Él sabía perfectamente por qué motivo ella no estaba de acuerdo en todo; y sin embargo pensó que era apropiado hacer como si se hallara, por lo que se refiere a las desavenencias que de vez en cuando surgían con su pareja, en la mas sensacional de las ignorancias.
-¿Te importa si me voy de viaje? -preguntó ella esquiva, para añadir con una crueldad encantadora-: Es que últimamente me aburro un poquito a tu lado.
Total, que a la diosa de la casa le faltaba abundante diversión. Su propuesta, como suele decirse, desmoralizó a su marido.
Lleno de preocupaciones, apoyó la cabeza en su espiritualizada mano. Afortunadamente no había mocedades, quiero decir niños por en medio. Por otra parte, la ausencia de niños es un vacío que precisa ser llenado, del mismo modo que los agujeros en un calcetín piden un reiendo, esto es, un zurcido.
De manera que así fue como el encanto de mujer dejó su en absoluto encantador hogar -pues estaba provisto de las comodidades modernas- para, posiblemente, vivir algo nuevo en un lugar por conocer.
Al poco tiempo vivía en uno de aquellos Grands Hotels, llamados palacios, que contaba con cerca de doscientas habitaciones, y en donde nadie se oponía a que interiorizara el perpetuo murmullo de las olas, parecido a una conversación monotona, y del que, en cierto modo, emana poesía, de tal modo que a ratos se veía impelida a pensar en aquel que pareció haberle dado motivos para, en su soledad, hacer examen de conciencia y efectuar una serie de observaciones, si cabe, totalmente inútiles sobre la vida que había llevado hasta la fecha.
Una noche a la luz de la luna.
Aunque de momento hablaré, con permiso del lector, de una cosa muy distinta, a saber, de un artista de la vida cansado de la vida, y de su mujer, que conservaba aún las ganas de vivir porque había sabido evitar conocer la vida.
Vivían en una casa con jardín. ¿Cuántas veces han aparecido ya en mis historias casas con jardín? ¿Y por qué habían de tener estos dos un bibliotecario que no careciera de una cabeza despierta y pastoril, esto es, un tanto adormilada a veces, que se encargara de ordenar y clasificar cientos de obras que ya existían impresas y encuadernadas?
Este secretario era un niño y se llamaba  Hans, y habida cuenta de que los hijos pequeños de los habitantes de la casa lo estimaban mucho, el ama de casa se permitió la extravagancia de hallar simpático al que hojeaba libros y era el preferido de sus hijos, quien, a su vez, se comportaba frente a la mujer con una erudición exquisita.
Mientrsd el autor lo mira de arriba abajo-pues tengo derecho ya que ha salido de mi pluma-, la madre de los niños, a los que él trataba realmente con naturalidad, lo admiraba casi con respeto, y un día fue tan sincera que lo distinguió con su envidia, a él, que hasta no hacía mucho tiempo había ayudado a lavar platos e incluso fregado escaleras.
La insigne mujer tenía celos de la divertida relación que mantenía con su descendencia. Desde que escribo, jamás había escrito una historia tan sencilla como ésta, en la uqe cuento que ella llamó la atención a su preceptor sobre la petulancia que suponía divertirse en casa ajena, mientras el bueno de su esposo se dedicaba a los problemas más complicados de la época en perjuicio de su salud.
-Es usted tan pero tan amable-susurró en el mismo momento (vuelvo a la luz de la luna, a quien había dejado a un lado) un aventajado periodista cultural a la del corazón agitado, que abandonó su hogar con el fin de convertir en realidad un deseo.
-Conténgase -le reprendió ella.
-Hace tiempo que me parece usted conmovedora, y me maravilla no haberme postrado aún a sus pies para decirle que, gracias a usted, he dado a mi vida un nuevo rumbo y a mi oficio nueva vida.
-Está usted fuera de sí -dijo ella. Luego añadió por lo bajinis-: Estoy casada.
Hubiera sido muy descortés por parte de él no sentirse cautivado por la confesión.
Pero volvamos de nuevo al bibliotecario, de quien un narrador sensato como yo podría tener ganas de afirmar: "La tenía abrazada". ¿A quién? ¿A su señora?
Quizá cayó una regadera abajo en el jardín, y ella dejó oír un relincho desde cierta distancia; y en la cabeza del preceptor quizá se hicieron presentes sus lecturas, y por el momento, gracias a Dios, no se me ocurre nada más.




Traducción de Juan de Sola Llovet - en Historias de amor- Robert Walser
editorial Siruela, 2003

El asteoide, que tiene su propia luna, pasará a 5.7 millones de kilómetros de la Tierra, según los astrónomos (NASA/Cortesía).
El asteoide, que tiene su propia luna, pasará a 5.7 millones de kilómetros de la Tierra, según los astrónomos (NASA/Cortesía)




miércoles, 29 de mayo de 2013

todo caso de locura es que algo ha regresado-de La pasión de G.H.-C.LISPECTOR



[...] ¿Pero, por qué exactamente se había reconstruido en mí de repente el silencio original? como si una mujer tranquila hubiese simplemente sido llamada y tranquilamente hubiese abandonado el bordado en la silla, se hubiese levantado, y sin decir una palabra -abandonando su vida, renegando del bordado, del amor y del alma ya formada-, sin una palabra esa mujer se hubiese puesto tranquilamente a cuatro patas y comenzado a caminar y a arrastrarse con mirada brillante y tranquila: es que la vida anterior la había reclamado y ella respondió a la llamada.
Pero, ¿por qué yo? Pero por qué yo no. Si no hubiese sido yo, nada sabría, y habiendo sido yo, supe; eso es todo. ¿Qué es lo que me había llamado: la locura o la realidad?
La vida se vengaba de mí, y la venganza consistía sólo en regresar, nada más. Todo caso de locura es que algo ha regresado. Los posesos, a ellos no les posee lo que llega, sino lo que regresa. A veces, la vida regresa. [...]









en La pasión según G.H.--(1964)-Clarice LISPECTOR-
trad.Alberto Villalba para Ediciones Península, 1988