* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

martes, 16 de julio de 2013

Del individualismo egoísta al hombre solidario-José RIBAS (Ajoblanco nº45, oct.1992)

Próximos a culminar el segundo milenio de nuestra era. Cuando el mundo asiste perplejo al desmoronamiento de los sistemas políticos, sociales y culturales que frustrando todo proyecto libertario lograron imponerse tras las batallas que sucedieron a la Revolución Francesa, me parece sumamente estimulante tratar de esbozar una comprensión de los hechos e ideales que hicieron posible el primer romanticismo, el socialismo utópico y el pensamiento libertario, los grandes perdedores en el proceso de la Modernidad.

Por José Ribas


Hoy, como a finales del siglo XVIII, un mal de siècle y un patente pesimismo se han apoderado de las mentes más inquietas. De pronto, nos hemos concienciado, sin ambivalencia, de que somos súbditos y esclavos de un férreo absolutismo, el que ha propiciado el racionalismo económico y el progreso técnico. Han sido los Liberales y el Marxismo, presos del economicismo y del dogma de contemplar la historia de la humanidad como una evolución lineal cuyo objetivo son los presupuestos de la «Modernidad» occidental, los que han expulsado a los poetas de sus repúblicas, los que han empobrecido la civilización occidental al negar la dimensión trascendente del hombre a favor del positivismo y los que han abolido el sentido de comunidad mediante el individualismo. El marxismo, por otra parte, sacrificó la libertad en aras de conseguir la igualdad en una sociedad sin clases, pero cuando ha caído el telón de acero que mantenía el aislamiento de las llamadas repúblicas comunistas, hemos podido comprobar, tal como predijo Bakunin, cómo las burocracias corruptas de estos estados habían suplantado a las antiguas aristocracias y cómo los secretarios generales de los partidos comunistas eran auténticos déspotas, más temibles que los monarcas absolutos de los siglos XVII y XVIII, pues han llevado a estos países a la quiebra total en todos los órdenes, sin resolver ninguna de sus cuestiones históricas. Las democracias liberales, que en principio sacrificaron la igualdad en aras de la libertad, van dejando un autoritarismo técnico-económico cada vez más intrincado, en el que el hombre se siente espectador aislado frente a un televisor que le induce a ser un estúpido, sin otra posible plenitud que la de verse empujado a endeudarse para consumir e integrarse en el estatus del eterno insatisfecho.

Qué queda de las grandiosas palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad.

Volvemos a estar, paradojas de la vida, en los albores de la Revolución Francesa, pero con la temible diferencia de que las Megalópolis de la Modernidad son estructuras de hábitat que sólo pueden ser administradas bajo una forma imperial, no cabe pues en ellas ni democracia directa ni creatividad fuera del mercado, tan sólo competitividad desaforada, negocio, marginación o violencia. Con estos presupuestos es sumamente complejo desarrollar alternativas o recomponer, desde dentro, un proceso humanista y social que restituya al hombre un sentido no material y profundo. Por otra parte, el nivel de vida de las clases medias de Occidente —la mayoría silenciosa— se ha conseguido mediante una explotación de las materias primas del Tercer Mundo y contaminando el planeta Tierra, el único que tenemos.

Hoy la pregunta es: ¿Podrá el capitalismo del siglo XXI seguir explotando al Tercer Mundo y matando el Planeta para mantener el estatus económico de la mayoría silenciosa? Probablemente no, y es completamente plausible que nuestro mundo cambie bruscamente. Hoy ya, al contemplar la fisonomía racial de nuestras ciudades, apreciamos que la Europa monolítica y blanca se está tostando. Otras razas, otras culturas están ya aquí, atraídas por la propaganda de nuestros medios de comunicación. Hoy son la mano de obra barata. ¿Qué serán mañana?

Por otra parte, si los países más populosos del Tercer Mundo como pudieran ser China, India, Nigeria, Egipto, Indonesia o Argelia optarán por un desarrollismo a la occidental y tuvieran tantos coches y electrodomésticos por habitante como Francia, la emanación de dióxido de carbono y la necesidad de agua y energía acabarían destruyendo en menos de un año el precario equilibrio ecológico del Planeta.

EL NACIMIENTO DE LA MODERNIDAD

No está de más volar al siglo XVIII para tratar de reconstruir el cómo y el porqué se fraguaron las ideas y los postulados que caracterizan al hombre moderno.

Los inventos científicos y las clasificaciones de las especies, el aumento en Europa y Norte de América desde 1730 y la revolución industrial provocaron el auge de una nueva clase social: la burguesía, a mediados del siglo XVIII. El liberalismo, el libre comercio y la propiedad son los pilares ideológicos que han de sustentarla. Moralismo y utilitarismo, los predicados. «Amar es ser útil a uno mismo; hacerse amar es ser útil a los demás» proclama Franklin en la Revolución Americana. Para el burgués, la mayor virtud, es la economía dentro del individualismo puritano. Hume preconiza un gobierno moderado que favorezca el desarrollo de la clase comercial y que recurra al impuesto con moderación. Adam Smith, que cree en el progreso económico constante y estima que la verdadera riqueza es el trabajo nacional y el ahorro, se alza contra las reglamentaciones y establece las cuatro reglas del liberalismo económico: facilitar la producción, hacer reinar el orden, hacer respetar la justicia y proteger la propiedad.

En el recuerdo de los europeos estaban las guerras de religión que habían asolado el continente durante los siglos XVI y XVII. Los hombres que amaban el progreso, tenían plena conciencia del caos y de las tendencias histéricas de todas las pasiones humanas. La prudencia era considerada como la virtud suprema; el intelecto, el arma más eficaz contra el fanatismo.

El ordenado cosmos de Newton, en el que los planetas se avían uniformemente alrededor del Sol en órbitas predeterminadas, se convirtió en el símbolo imaginativo del buen Gobierno. La Ilustración de Diderot; la división de poderes de Montesquieu; las ideas contra la superstición religiosa y la defensa del sentido común del sistema inglés que preconizaba Voltaire acabaron de configurar el nuevo orden ilustrado, en el que la razón podía abarcarlo todo. Y resolverlo.

En Arte: el neoclasicismo racionalista.

Fue Jean Jacques Rousseau quien al verter sensibilidad, intimidad y confidencia en sus escritos quebró el sueño de esa razón moderna que pretendía organizar el mundo y las mentes, antes ya de que aconteciera la revolución Francesa.

Una concepción orgánica y dinámica de la creación irá reemplazando a la mecanicista y estática de los empiristas y de los ilustrados. Se sospecha que bajo las leyes recién descubiertas que prometían desvelar el orden divino o la estructura racional oculta bajo la superficie de la naturaleza, existen una serie de fuerzas misteriosas y ocultas que intervienen en los procesos de crecimiento, provocando sorprendentes mutaciones. Se sospecha que sin viaje interior, imaginación y sentimientos no se puede alcanzar ninguna percepción profunda.

Rousseau sostenía que «el hombre es naturalmente bueno y que sólo las instituciones lo han pervertido»: o sea, la antítesis de la doctrina del pecado original y de la salvación por medio de la iglesia. Es decir, nos redime del somos culpables por haber nacido, del nacemos malos y perversos y necesitamos el correctivo de la iglesia y el temor al castigo divino para salvarnos.

«El origen de las desigualdades sociales consiguientes ha de hallarse en la propiedad», sostiene Rousseau. Mientras Voltaire y Diderot se aburguesan y consideran las desigualdades como algo consustancial a la naturaleza humana,. Rousseau permanece fiel al espíritu de la Enciclopedia e indaga lo que es Libertad, Igualdad y Fraternidad, sin renunciar a la felicidad, ni a la suya ni a la de los hombres. Rousseau es el primer escritor político que está enteramente presente en su obra. No construye un sistema utópico frente al liberalismo burgués, que era la ideología dominante (libertad racional, desigualdad y propiedad), sino una hipótesis, un sueño no resignado que no acepta ningún absolutismo y que muestra un claro desdén por las trabas de lo convencional, en el vestido y en las maneras, en el minueto y en la estrofa heroica y en toda la esfera de la moral tradicional. 
publicado en la revista Ajoblanco nº 45 de octubre 1992
José Ribas fue director de dicha revista

2 comentarios:

  1. Magnífica y acertada reflexión. Valores como la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad siguen estando vigentes como guías en pos de posibles soluciones. El problema, como bien señala Ribas, son las megalópolis y su inherente complejidad.

    Cuentan -no sé si será cierto o si es una mera leyenda, pero es igual- que al pasar Da Vinci ante un edificio en el que trabajaba Miguel Ángel en compañía de sus discípulos, éste tomó una gruesa barra de hierro y, agarrándola por los extremos y haciendo palanca con la rodilla, la arqueó y la lanzó desafiante a los pies de Leonardo mientras los discípulos reían. Sin alterarse, Leonardo recogió del suelo la barra, la observó, y obrando de del mismo modo, la enderezó lanzándola a los pies de Miguel Ángel y diciéndo: "Es fácil torcer las cosas, lo difícil es enderezarlas".
    Necesitaríamos una mayoría que, como Leonardo, tuviera muy claro que de eso se trata.

    Gracias karmen, voy a leer el artículo completo y a compartirlo.

    Salud!

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  2. Sí, esos valores Loam, estan vigentes,por desgracia por su ausencia,yo soy muy pesimista,
    Salud
    k

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