ni Ucronías, ni senderos que se bifurcan, ni Universos paralelos, ni Teoría de las cuerdas, imaginación y tradición, así, por las buenas, este magnífico cuento.
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Cuento XI--de El conde Lucanor o Libro de los ejemplos-Infante don Juan Manuel,(1282-1348) sobrino de Alfonso X el Sabio;
-Señor conde -dijo Patronio-, para que en este asunto hagáis lo que se debe, mucho me gustaría que supierais lo que ocurrió a un deán de Santiago con don Illán, el mago que vivía en Toledo.
El conde le preguntó lo que había pasado.
-Señor conde -dijo Patronio-, en Santiago había un deán que deseaba aprender el arte de la nigromancia y, como oyó decir que don Illán de Toledo era el que más sabía en aquella época, se marchó a Toledo para aprender con él aquella ciencia. Cuando llegó a Toledo, se dirigió a casa de don Illán, a quien encontró leyendo en una cámara muy apartada. Cuando lo vio entrar en su casa, don Illán lo recibió con mucha cortesía y le dijo que no quería que le contase los motivos de su venida hasta que hubiese comido y, para demostrarle su estima, lo acomodó muy bien, le dio todo lo necesario y le hizo saber que se alegraba mucho con su venida.
»Después de comer, quedaron solos ambos y el deán le explicó la razón de su llegada, rogándole encarecidamente a don Illán que le enseñara aquella ciencia, pues tenía deseos de conocerla a fondo. Don Illán le dijo que si ya era deán y persona muy respetada, podría alcanzar más altas dignidades en la Iglesia, y que quienes han prosperado mucho, cuando consiguen todo lo que deseaban, suelen olvidar rápidamente los favores que han recibido, por lo que recelaba que, cuando hubiese aprendido con él aquella ciencia, no querría hacer lo que ahora le prometía. Entonces el deán le aseguró que, por mucha dignidad que alcanzara, no haría sino lo que él le mandase.
»Hablando de este y otros temas estuvieron desde que acabaron de comer hasta que se hizo la hora de la cena. Cuando ya se pusieron de acuerdo, dijo el mago al deán que aquella ciencia sólo se podía enseñar en un lugar muy apartado y que por la noche le mostraría dónde había de retirarse hasta que la aprendiera. Luego, cogiéndolo de la mano, lo llevó a una sala y, cuando se quedaron solos, llamó a una criada, a la que pidió que les preparase unas perdices para la cena, pero que no las asara hasta que él se lo mandase.
»Después llamó al deán, se entraron los dos por una escalera de piedra muy bien labrada y tanto bajaron que parecía que el río Tajo tenía que pasar por encima de ellos. Al final de la escalera encontraron una estancia muy amplia, así como un salón muy adornado, donde estaban los libros y la sala de estudio en la que permanecerían. Una vez sentados, y mientras ellos pensaban con qué libros habrían de comenzar, entraron dos hombres por la puerta y dieron al deán una carta de su tío el arzobispo en la que le comunicaba que estaba enfermo y que rápidamente fuese a verlo si deseaba llegar antes de su muerte. Al deán esta noticia le causó gran pesar, no sólo por la grave situación de su tío sino también porque pensó que habría de abandonar aquellos estudios apenas iniciados. Pero decidió no dejarlos tan pronto y envió una carta a su tío, como respuesta a la que había recibido.
»Al cabo de tres o cuatro días, llegaron otros hombres a pie con una carta para el deán en la que se le comunicaba la muerte de su tío el arzobispo y la reunión que estaban celebrando en la catedral para buscarle un sucesor, que todos creían que sería él con la ayuda de Dios; y por esta razón no debía ir a la iglesia, pues sería mejor que lo eligieran arzobispo mientras estaba fuera de la diócesis que no presente en la catedral.
»Y después de siete u ocho días, vinieron dos escuderos muy bien vestidos, con armas y caballos, y cuando llegaron al deán le besaron la mano y le enseñaron las cartas donde le decían que había sido elegido arzobispo. Al enterarse, don Illán se dirigió al nuevo arzobispo y le dijo que agradecía mucho a Dios que le hubieran llegado estas noticias estando en su casa y que, pues Dios le había otorgado tan alta dignidad, le rogaba que concediese su vacante como deán a un hijo suyo. El nuevo arzobispo le pidió a don Illán que le permitiera otorgar el deanazgo a un hermano suyo prometiéndole que daría otro cargo a su hijo. Por eso pidió a don Illán que se fuese con su hijo a Santiago. Don Illán dijo que lo haría así.
»Marcharon, pues, para Santiago, donde los recibieron con mucha pompa y solemnidad. Cuando vivieron allí cierto tiempo, llegaron un día enviados del papa con una carta para el arzobispo en la que le concedía el obispado de Tolosa y le autorizaba, además, a dejar su arzobispado a quien quisiera. Cuando se enteró don Illán, echándole en cara el olvido de sus promesas, le pidió encarecidamente que se lo diese a su hijo, pero el arzobispo le rogó que consintiera en otorgárselo a un tío suyo, hermano de su padre. Don Illán contestó que, aunque era injusto, se sometía a su voluntad con tal de que le prometiera otra dignidad. El arzobispo volvió a prometerle que así sería y le pidió que él y su hijo lo acompañasen a Tolosa.
»Cuando llegaron a Tolosa fueron muy bien recibidos por los condes y por la nobleza de aquella tierra. Pasaron allí dos años, al cabo de los cuales llegaron mensajeros del papa con cartas en las que le nombraba cardenal y le decía que podía dejar el obispado de Tolosa a quien quisiere. Entonces don Illán se dirigió a él y le dijo que, como tantas veces había faltado a sus promesas, ya no debía poner más excusas para dar aquella sede vacante a su hijo. Pero el cardenal le rogó que consintiera en que otro tío suyo, anciano muy honrado y hermano de su madre, fuese el nuevo obispo; y, como él ya era cardenal, le pedía que lo acompañara a Roma, donde bien podría favorecerlo. Don Illán se quejó mucho, pero accedió al ruego del nuevo cardenal y partió con él hacia la corte romana.
»Cuando allí llegaron, fueron muy bien recibidos por los cardenales y por la ciudad entera, donde vivieron mucho tiempo. Pero don Illán seguía rogando casi a diario al cardenal para que diese algún beneficio eclesiástico a su hijo, cosa que el cardenal excusaba.
»Murió el papa y todos los cardenales eligieron como nuevo papa a este cardenal del que os hablo. Entonces, don Illán se dirigió al papa y le dijo que ya no podía poner más excusas para cumplir lo que le había prometido tanto tiempo atrás, contestándole el papa que no le apremiara tanto pues siempre habría tiempo y forma de favorecerle. Don Illán empezó a quejarse con amargura, recordándole también las promesas que le había hecho y que nunca había cumplido, y también le dijo que ya se lo esperaba desde la primera vez que hablaron; y que, pues había alcanzado tan alta dignidad y seguía sin otorgar ningún privilegio, ya no podía esperar de él ninguna merced. El papa, cuando oyó hablar así a don Illán, se enfadó mucho y le contestó que, si seguía insistiendo, le haría encarcelar por hereje y por mago, pues bien sabía él, que era el papa, cómo en Toledo todos le tenían por sabio nigromante y que había practicado la magia durante toda su vida.
»Al ver don Illán qué pobre recompensa recibía del papa, a pesar de cuanto había hecho, se despidió de él, que ni siquiera le quiso dar comida para el camino. Don Illán, entonces, le dijo al papa que, como no tenía nada para comer, habría de echar mano a las perdices que había mandado asar la noche que él llegó, y así llamó a su criada y le mandó que asase las perdices.
»Cuando don Illán dijo esto, se encontró el papa en Toledo, como deán de Santiago, tal y como estaba cuando allí llegó, siendo tan grande su vergüenza que no supo qué decir para disculparse. Don Illán lo miró y le dijo que bien podía marcharse, pues ya había comprobado lo que podía esperar de él, y que daría por mal empleadas las perdices si lo invitase a comer.
»Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que la persona a quien tanto habéis ayudado no os lo agradece, no debéis esforzaros por él ni seguir ayudándole, pues podéis esperar el mismo trato que recibió don Illán de aquel deán de Santiago.
El conde pensó que era este un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.
Y como comprendió don Juan que el cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo los versos, que dicen así:
Cuanto más alto suba aquel a quien ayudéis,
menos apoyo os dará cuando lo necesitéis.
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tomado de Ciudad Seva
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-Señor conde -dixo Patronio-, para que vós fagades en esto lo que vos devedes,
mucho querría que sopiésedes lo que contesçió a un deán de Sanctiago
con don Illán, el grand maestro que morava en Toledo.
Et el conde le preguntó cómo fuera aquello.
-
Señor conde -dixo Patronio-, en Sanctiago avía un deán que avía muygrant talante de saber el arte de la nigromançía, et oyó dezír que don Illán
de Toledo sabía ende más que ninguno que fuesse en aquella sazón; et por
ende vínose para Toledo para aprender de aquella sciençia. Et el día que
llegó a Toledo, adereçó luego a casa de don Illán et fallólo que estava lleyendo
en una cámara muy apartada; et luego que legó a él, reçibiólo muy
bien et díxol’ que non quería quel’ dixiesse ninguna cosa de lo porque
venía fasta que oviese comido. Et pensó muy bien de’l et fizol’ dar muy
buenas posadas et todo lo que ovo mester, et diol’ a entender quel’ plazía
mucho con su venida.
Et después que ovieron comido, apartósse con él, et contól’ la razón porque
allí viniera, et rogól’ muy afincadamente quel’ mostrasse aquella sciençia
que él avía muy grant talante de la aprender. Et don Illán díxol’ que él era
deán et omne de grand guisa et que podía llegar a grand estado -et los omnes
que grant estado tienen, de que todo lo suyo an librado a su voluntad,
olbidan mucho aína lo que otrie a fecho por ellos- et él que se reçelava que
de que él oviesse aprendido de’l aquello que él quería saber, que non le
faría tanto bien como él le prometía. Et el deán le prometió et le asseguró
que de cualquier vien que él oviesse, que nunca faría sinon lo que él mandasse.
Et en estas fablas estudieron desque ovieron yantado fasta que fue ora de
çena. De que su pleito fue bien assossegado entre ellos, dixo don Illán al
deán que aquella sçiençia non se podía aprender sinon en lugar mucho
apartado et que luego essa noche le quería amostrar do avían de estar fasta
que oviesse aprendido aquello que él quería saber. Et tomól’ por la mano et
levól’ a una cámara. Et en apartándose de la otra gente, llamó a una mançeba
de su casa et díxol’ que toviesse perdizes para que çenassen essa noche,
mas que non las pusiessen a assar fasta que él gelo mandasse.
Et desque esto ovo dicho, llamó al deán; et entraron entramos por una escalera
de piedra muy bien labrada et fueron descendiendo por ella muy
grand pieça, en guisa que paresçía que estavan tan vaxos que passaba el río
de Tajo por çima dellos. Et desque fueron en cabo del escalera, fallaron una
possada muy buena, et una cámara mucho apuesta que ý avía, ó estavan los
libros et el estudio en que avían de leer. De que se assentaron, estavan
parando mientes en cuáles libros avían de començar. Et estando ellos en
esto, entraron dos omnes por la puerta et diéronle una carta quel’ enviava el
arçobispo, su tío, en quel’ fazía saber que estava muy mal doliente et quel’
enviava rogar que sil’ quería veer vivo, que se fuesse luego para él. Al deán
pesó mucho con estas nuebas; lo uno, por la dolençia de su tío; et lo ál,
porque reçeló que avía de dexar su estudio que avía començado. Pero puso
en su coraçón de non dexar aquel estudio tan aína, et fizo sus cartas de repuesta
et enviólas al arçobispo, su tío.
Et dende a tres o cuatro días llegaron otros omnes a pie que traían otras
cartas al deán en quel’ fazían saber que el arçobispo era finado, et que estavan
todos los de la eglesia en su eslección et que fiavan, por la merçed de
Dios, que eslerían a él, et por esta razón que non se quexasse de ir a lla
eglesia; ca mejor era para él en quel’ esleciessen seyendo en otra parte que
non estando en la eglesia.
Et dende a cabo de siete o de ocho días, vinieron dos escuderos muy bien
vestidos et muy bien aparejados, et cuando llegaron a él, vesáronle la mano
et mostráronle las cartas en cómo le avían esleído por arçobispo. Cuando
don Illán esto oyó, fue al electo et díxol’ cómo gradescía mucho a Dios
porque estas buenas nuebas le llegaran a su casa, et pues Dios tanto bien le
fiziera, quel’ pedía por merçed que el deanadgo que fincava vagado que lo
diesse a un su fijo. Et el electo díxol’ quel’ rogava quel’ quisiesse consentir
que aquel deanadgo que lo oviesse un su hermano; mas que él le faría bien,
en guisa que él fuesse pagado, et quel’ rogava que fuesse con él para Sanctiago
et que levasse aquel su fijo. Don Illán dixo que lo faría.
Fuéronse para Sanctiago. Cuando ý llegaron, fueron muy bien reçebidos et
mucho onradamente. Et desque moraron ý un tiempo, un día llegaron al
arçobispo mandaderos del Papa con sus cartas en cómol’ dava el obispado
de Tolosa, et quel fazía gracia que pudiesse dar el arçobispado a qui quisiesse.
Cuando don Illán oyó esto, retrayéndol’ mucho afincadamente lo que
con él avía passado, pidiól’ merçed quel’ diesse a su fijo; et el arçobispo le
rogó que consentiesse que lo oviesse un su tío, hermano de su padre. Et don
Illán dixo que bien entendié quel’ fazía gran tuerto, pero que esto que lo
consintía en tal que fuesse seguro que gelo emendaría adelante. Et el obispo
le prometió en toda guisa que lo faría assí, et rogól’ que fuesse con él a
Tolosa et que levasse su fijo.
Et desque llegaron a Tolosa, fueron muy bien reçebidos de condes et de cuantos
omnes buenos avía en la tierra. Et desque ovieron ý morado fasta dos
años, llegaron los mandaderos del Papa con sus cartas en cómo le fazía el
Papa cardenal et quel’ fazía gracia que diesse el obispado de Tolosa a qui
quisiesse. Entonçe fue a él don Illán et díxol’ que, pues tantas vezes le avía
fallesçido de lo que con él pusiera, que ya aquí non avía logar del’ poner
escusa ninguna que non diesse algunas de aquellas dignidades a su fijo. Et
el cardenal rogól’ quel’ consentiese que oviesse aquel obispado un su tío,
hermano de su madre, que era omne bueno ançiano; mas que, pues él
cardenal era, que se fuese con él para la Corte, que asaz avía en qué le fazer
bien. Et don Illán quexósse ende mucho, pero consintió en lo que el cardenal
quiso, et fuesse con él para la Corte.
Et desque ý llegaron, fueron bien reçebidos de los cardenales et de cuantos
en la Corte eran, et moraron ý muy grand tiempo. Et don Illán afincando
cada día al cardenal quel’ fiziesse alguna gracia a su fijo, et él poníal’ sus
escusas.
Et estando assí en la Corte, finó el Papa; et todos los cardenales esleyeron
aquel cardenal por Papa. Estonçe fue a él don Illán et díxol’ que ya non
podía poner escusa de non conplir lo quel’ avía prometido. El Papa le dixo
que non lo afincasse tanto, que siempre avría lugar en quel’ fiziesse merçed
segund fuesse razón. Et don Illán se començó a quexar mucho, retrayéndol’
cuantas cosas le prometiera et que nunca le avía complido ninguna, et
diziéndol’ que aquello reçelava en la primera vegada que con él fablara, et
pues aquel estado era llegado et nol’ cumplía lo quel’ prometiera, que ya
non le fincava logar en que atendiesse de’l bien ninguno. Deste aquexamiento
se quexó mucho el Papa et començól’ a maltraer diziéndol’ que si
más le afincasse, quel’ faría echar en una cárçel, que era ereje et encantador,
que bien sabía que non avía otra vida nin otro ofiçio en Toledo, do él
moraba, sinon bivir por aquella arte de nigromançía.
Desque don Illán vio cuánto mal le gualardonava el Papa lo que por él avía
fecho, espedióse de’l, et solamente nol’ quiso dar el Papa que comiese por
el camino. Estonçe don Illán dixo al Papa que pues ál non tenía de comer,
que se avría de tornar a las perdizes que mandara assar aquella noche, et
llamó a la muger et díxol’ que assasse las perdizes.
Cuanto esto dixo don Illán, fallósse el Papa en Toledo, deán de Sanctiago,
como lo era cuando ý bino, et tan grand fue la vergüença que ovo, que non
sopo quel’ dezir. Et don Illán díxol’ que fuesse en buena ventura et que assaz
avía provado lo que tenía en él, et que ternía por muy mal enpleado si
comiesse su parte de las perdizes.
Et vós, señor conde Lucanor, pues veedes que tanto fazedes por aquel
omne que vos demanda ayuda et non vos da ende mejores gracias, tengo
que non avedes por qué trabajar nin aventurarvos mucho por llegarlo a
logar que vos dé tal galardón como el deán dio a don Illán.
El conde tovo esto por buen consejo, et fízolo assí, et fallósse ende bien.
Et porque entendió don Johan que era éste muy buen exiemplo, fízolo poner
en este libro et fizo estos viessos que dizen assí:
Al que mucho ayudares et non te lo conosçiere,
menos ayuda abrás de’l desque en grand onra subiere.
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versión original tomada de
biblioteca Ignoria