22. Quiero contar ahora las rarezas y maravillas que observé durante mi estancia en la luna. Lo primero es que los selenitas no nacen de mujeres, sino de los hombres. Porque los matrimonios son entre varones y ni siquiera conocen el nombre de mujer. Hasta los veinticinco años cada individuo actúa como esposa, y a partir de éstos como marido. No se quedan preñados en el vientre sino en las pantorrillas. Cuando el feto es concebido, empieza a engordar la pierna y, al pasar el plazo de tiempo, la abren de un tajo y sacan los fetos muertos; pero los colocan de cara al viento con la boca abierta y recobran la vida. Me parece que de ahí les vino a los griegos el nombre de "pantorrillas"*, por transportar allí el embrión en lugar de en la barriga.
Pero voy a contar otra cosa aún más gorda que ésta. Hay entre ellos una raza de hombres, a los que llaman "arbóreos"**, que nacen del modo siguiente: rebanan el testículo derecho de un hombre y lo plantan en el suelo, y de él nace un árbol altísimo, carnoso, como un falo, pero tiene además ramas y hojas y sus frutos son bellotas del tamaño de un codo. Cuando ya están maduras, las recolectan y, descortezándolas, extraen a los hombres de esta clase. Además tienen sus órganos sexuales artificiales: los unos los tienen de marfil y los pobres de madera. Y con ellos tienen relaciones y fecundan a sus cónyuges.
23. Cuando un individuo envejece, no llega a morir, sino que se disuelve como humo y se transforma en aire. Tienen todos la misma comida; puen encienden fogatas y tuestan ranas sobre las ascuas. Hay por allí muchas ranas que vuelan por entre la bruma. Mientras se van asando, ellos se sientan alrededor, como en torno a una mesa, inhalan el humo que despiden y así se banquetean. Ése es el alimento con el que se mantienen. En cuanto a la bebida, exprimen el aire en una copa y se destila un líquido como el rocío. Tampoco orinan ni excrementan, porque ni siquiera tienen agujero detrás, como nosotros, y los jovencitos no ofrecen sus posaderas para el trato sexual, sino el hueco en su rodilla sobre las pantorrillas, pues por allí están agujereados.
26. Y aún contemplé otra maravilla en el palacio real: un espejo muy grande en la boca de un pozo no muy hondo. Si uno va y desciende al pozo puede oír todo lo que se dice en la tierra, en nuestro país, y si uno mira al espejo, ve todas las ciudades y todos los pueblos como si estuviera en medio de ellos. Entonces pude yo ver a mis amigos y toda mi patria, pero no puedo decir con certeza si también ellos me veían a mí. Quien no se crea que esto es así, si algún día va en persona por allá, ya se enterará de que digo la verdad.
27. Conque entonces, después de despedirnos del rey y de los suyos, subimos a bordo y zarpamos. A mí como regalos me dio Endimión dos túnicas de cristal, cinco de bronce y una armadura de cáscaras de altramuz; todo eso me lo dejé dentro de la ballena. Y mandó escoltarnos a mil cabalgabuitres que nos acompañaron hasta quinientos estadios de distancia.
30. En cuanto rozamos el agua, nos regocijamos al máximo y exultamos de alegría. E hicimos una fiesta a bordo, y nos salimos del barco y nos echamos a nadar, pues entonces reinaba la calma y estaba el mar sereno. Pero a menudo ocurre que una pronta mejoría resulta el comienzo de mayores desdichas. En efecto, habíamos navegado ya en bonanza durante dos días cuando, al amanecer del tercero, a la salida del sol, vemos de repente unos monstruos, ballenas en gran número, pero sobre todo una grandísima, de un tamaño de mil quinientos estadios. Avanzaba hacia nosotros con la boca abierta, arremolinando el mar en gran trecho ante sí, chapoteando en la espuma y mostrando unos dientes mucho más largos que los falos de nuestras procesiones, aguzados como postes de cerca y blanco como colmillos de elefante.
Nosotros nos dijimos palabras de despedida unos a otros y, abrazándonos, aguardamos la embestida. Al punto estuvo ante nosotros y de un trago nos zampó, con nave incluída. Pero no llegó a despedazaranos con sus mandíbulas, sino que el barco se precipitó a através de los intersticios de ellas en su interior.
31. Una vez que quedamos dentro, al principio todo eran tinieblas y no veíamos nada. Pero luego, al reabrir las fauces el monstruo, vimos una enorme cavidad, amplia y espaciosa por todos lados y alta, capaz de albergar una ciudad entera de diez mil habitantes. Por el medio flotaban grandes y pequeños peces y muchos otros bichos desmenuzados, y mástiles de navíos y anclas, y huesos humanos y embalajes varios. Pero en el centro había tieerra y aún montecillos, sedimentos de barro que habíase tragado. Sobre la tierra había crecido un bosque y árboles de toda clase, y habían brotado hortalizas, y todo daba la impresión de estar cultivado. El perímetro de la isla era de 240 estadios. Allá se veían también aves marinas: gaviotas y alciones que anidaban en los árboles.[...]
21. Por aquel tiempo llegó Pitágoras de Samos, que después de mudar de forma siete veces y de vivir en otros tantos animales ya había cumplido las peregrinaciones de su alma.Tenía ya de oro todo el costado derecho. Se decidió en su juicio que habitara en la ciudad, pero quedaron dudas si se le debía llamar Pitágoras o Euforbo. Allí llegó también entonces el famoso Empédocles, chamuscado y con todo su cuerpo asado. Pues bien, no se le admitió, a pesar de sus múltiples súplicas. ----
*En griego los músculos gemelos: gastroknemías. En esa fantasía de la pantorrilla como matriz tal vez haya un eco del nacimiento mítico de Dioniso, alumbrado del muslo de Zeus.
**Dendrîtai. Una vez más el cruce de lo animal y lo vegetal. (En la Vida de Alejandro del Pseudo Calístenes, II, 32, aparecen unos humanoides llamados Phytoí, "Vegetales", de 24 codos de alto, con brazos como troncos y manos como sierras.) Lo de los sexos artificiales, y de distinto material según la clase social, puede ser una burla de alguna ceremonia oriental (acaso al mito egipcio de Horus). Por otro lado las tres Grayas, según la mitología, poseían tan sólo un ojo y un diente que utilizaban por turnos.
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de Relatos fantásticos de LUCIANO de Samóstata, (Siria, s.II.d.C.)
traducción y notas Carlos Gcía. Gual, para Alianza Editorial
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Si uno quiere morirse de risa, o de sonrisas, mientras contempla el gérmen de obras de Julio Verne, de los Sueños de Quevedo, Voltaire, Las mil y una noches, e incluso de La Divina Comedia, y del Google Earth y la ciencia ficción toda, recomiendo descargar de IgnoriaBiblioteca, Diálogos de los muertos, del mismo autor
George Platt Lynes, Birth of Dyonisus, 1940,
tomado de El papel el silencio y la red, de Patricia
Damiano.
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