Próximos
a culminar el segundo milenio de nuestra era. Cuando el mundo asiste
perplejo al desmoronamiento de los sistemas políticos, sociales y
culturales que frustrando todo proyecto libertario lograron imponerse
tras las batallas que sucedieron a la Revolución Francesa, me parece
sumamente estimulante tratar de esbozar una comprensión de los hechos e
ideales que hicieron posible el primer romanticismo, el socialismo
utópico y el pensamiento libertario, los grandes perdedores en el
proceso de la Modernidad.
Por José Ribas
Hoy, como a finales del siglo XVIII, un mal de siècle
y un patente pesimismo se han apoderado de las mentes más inquietas. De
pronto, nos hemos concienciado, sin ambivalencia, de que somos súbditos
y esclavos de un férreo absolutismo, el que ha propiciado el
racionalismo económico y el progreso técnico. Han sido los Liberales y
el Marxismo, presos del economicismo y del dogma de contemplar la
historia de la humanidad como una evolución lineal cuyo objetivo son los
presupuestos de la «Modernidad» occidental, los que han expulsado a los
poetas de sus repúblicas, los que han empobrecido la civilización
occidental al negar la dimensión trascendente del hombre a favor del positivismo
y los que han abolido el sentido de comunidad mediante el
individualismo. El marxismo, por otra parte, sacrificó la libertad en
aras de conseguir la igualdad en una sociedad sin clases, pero cuando ha
caído el telón de acero que mantenía el aislamiento de las llamadas
repúblicas comunistas, hemos podido comprobar, tal como predijo Bakunin,
cómo las burocracias corruptas de estos estados habían suplantado a las
antiguas aristocracias y cómo los secretarios generales de los partidos
comunistas eran auténticos déspotas, más temibles que los monarcas
absolutos de los siglos XVII y XVIII, pues han llevado a estos países a
la quiebra total en todos los órdenes, sin resolver ninguna de sus
cuestiones históricas. Las democracias liberales, que en principio sacrificaron la igualdad en aras de la libertad, van dejando un autoritarismo técnico-económico
cada vez más intrincado, en el que el hombre se siente espectador
aislado frente a un televisor que le induce a ser un estúpido, sin otra
posible plenitud que la de verse empujado a endeudarse para consumir e
integrarse en el estatus del eterno insatisfecho.
Qué queda de las grandiosas palabras: Libertad, Igualdad, Fraternidad.
Volvemos a estar, paradojas de la vida, en los albores de la Revolución Francesa, pero con la temible diferencia de que las Megalópolis de la Modernidad
son estructuras de hábitat que sólo pueden ser administradas bajo una
forma imperial, no cabe pues en ellas ni democracia directa ni
creatividad fuera del mercado, tan sólo competitividad desaforada,
negocio, marginación o violencia. Con estos presupuestos es sumamente
complejo desarrollar alternativas o recomponer, desde dentro, un proceso
humanista y social que restituya al hombre un sentido no material y
profundo. Por otra parte, el nivel de vida de las clases medias de
Occidente —la mayoría silenciosa— se ha conseguido mediante una
explotación de las materias primas del Tercer Mundo y contaminando el
planeta Tierra, el único que tenemos.
Hoy
la pregunta es: ¿Podrá el capitalismo del siglo XXI seguir explotando
al Tercer Mundo y matando el Planeta para mantener el estatus económico
de la mayoría silenciosa? Probablemente no, y es completamente plausible
que nuestro mundo cambie bruscamente. Hoy ya, al contemplar la
fisonomía racial de nuestras ciudades, apreciamos que la Europa
monolítica y blanca se está tostando. Otras razas, otras culturas están
ya aquí, atraídas por la propaganda de nuestros medios de comunicación.
Hoy son la mano de obra barata. ¿Qué serán mañana?
Por
otra parte, si los países más populosos del Tercer Mundo como pudieran
ser China, India, Nigeria, Egipto, Indonesia o Argelia optarán por un
desarrollismo a la occidental y tuvieran tantos coches y
electrodomésticos por habitante como Francia, la emanación de dióxido de
carbono y la necesidad de agua y energía acabarían destruyendo en menos
de un año el precario equilibrio ecológico del Planeta.
EL NACIMIENTO DE LA MODERNIDAD
No
está de más volar al siglo XVIII para tratar de reconstruir el cómo y
el porqué se fraguaron las ideas y los postulados que caracterizan al
hombre moderno.
Los
inventos científicos y las clasificaciones de las especies, el aumento
en Europa y Norte de América desde 1730 y la revolución industrial
provocaron el auge de una nueva clase social: la burguesía, a mediados
del siglo XVIII. El liberalismo, el libre comercio y la propiedad son los pilares ideológicos que han de sustentarla. Moralismo y utilitarismo, los predicados. «Amar es ser útil a uno mismo; hacerse amar es ser útil a los demás»
proclama Franklin en la Revolución Americana. Para el burgués, la mayor
virtud, es la economía dentro del individualismo puritano. Hume
preconiza un gobierno moderado que favorezca el desarrollo de la clase
comercial y que recurra al impuesto con moderación. Adam Smith, que cree
en el progreso económico constante y estima que la verdadera riqueza es
el trabajo nacional y el ahorro, se alza contra las reglamentaciones y
establece las cuatro reglas del liberalismo económico: facilitar la producción, hacer reinar el orden, hacer respetar la justicia y proteger la propiedad.
En
el recuerdo de los europeos estaban las guerras de religión que habían
asolado el continente durante los siglos XVI y XVII. Los hombres que
amaban el progreso, tenían plena conciencia del caos y de las tendencias
histéricas de todas las pasiones humanas. La prudencia era considerada como la virtud suprema; el intelecto, el arma más eficaz contra el fanatismo.
El
ordenado cosmos de Newton, en el que los planetas se avían
uniformemente alrededor del Sol en órbitas predeterminadas, se convirtió
en el símbolo imaginativo del buen Gobierno. La Ilustración de Diderot;
la división de poderes de Montesquieu; las ideas contra la superstición
religiosa y la defensa del sentido común del sistema inglés que
preconizaba Voltaire acabaron de configurar el nuevo orden ilustrado, en
el que la razón podía abarcarlo todo. Y resolverlo.
En Arte: el neoclasicismo racionalista.
Fue Jean Jacques Rousseau
quien al verter sensibilidad, intimidad y confidencia en sus escritos
quebró el sueño de esa razón moderna que pretendía organizar el mundo y
las mentes, antes ya de que aconteciera la revolución Francesa.
Una
concepción orgánica y dinámica de la creación irá reemplazando a la
mecanicista y estática de los empiristas y de los ilustrados. Se
sospecha que bajo las leyes recién descubiertas que prometían desvelar
el orden divino o la estructura racional oculta bajo la superficie de la
naturaleza, existen una serie de fuerzas misteriosas y ocultas que
intervienen en los procesos de crecimiento, provocando sorprendentes
mutaciones. Se sospecha que sin viaje interior, imaginación y sentimientos no se puede alcanzar ninguna percepción profunda.
Rousseau sostenía que «el hombre es naturalmente bueno y que sólo las instituciones lo han pervertido»: o sea, la antítesis de la doctrina del pecado original y de la salvación por medio de la iglesia. Es decir, nos redime del somos culpables
por haber nacido, del nacemos malos y perversos y necesitamos el
correctivo de la iglesia y el temor al castigo divino para salvarnos.
«El origen de las desigualdades sociales consiguientes ha de hallarse en la propiedad»,
sostiene Rousseau. Mientras Voltaire y Diderot se aburguesan y
consideran las desigualdades como algo consustancial a la naturaleza
humana,. Rousseau permanece fiel al espíritu de la Enciclopedia e indaga
lo que es Libertad, Igualdad y Fraternidad, sin renunciar a la
felicidad, ni a la suya ni a la de los hombres. Rousseau es el primer
escritor político que está enteramente presente en su obra. No construye
un sistema utópico frente al liberalismo burgués, que era la ideología
dominante (libertad racional, desigualdad y propiedad), sino una
hipótesis, un sueño no resignado que no acepta ningún absolutismo y que
muestra un claro desdén por las trabas de lo convencional, en el vestido
y en las maneras, en el minueto y en la estrofa heroica y en toda la
esfera de la moral tradicional.
publicado en la revista Ajoblanco nº 45 de octubre 1992
José Ribas fue director de dicha revista
Magnífica y acertada reflexión. Valores como la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad siguen estando vigentes como guías en pos de posibles soluciones. El problema, como bien señala Ribas, son las megalópolis y su inherente complejidad.
ResponderEliminarCuentan -no sé si será cierto o si es una mera leyenda, pero es igual- que al pasar Da Vinci ante un edificio en el que trabajaba Miguel Ángel en compañía de sus discípulos, éste tomó una gruesa barra de hierro y, agarrándola por los extremos y haciendo palanca con la rodilla, la arqueó y la lanzó desafiante a los pies de Leonardo mientras los discípulos reían. Sin alterarse, Leonardo recogió del suelo la barra, la observó, y obrando de del mismo modo, la enderezó lanzándola a los pies de Miguel Ángel y diciéndo: "Es fácil torcer las cosas, lo difícil es enderezarlas".
Necesitaríamos una mayoría que, como Leonardo, tuviera muy claro que de eso se trata.
Gracias karmen, voy a leer el artículo completo y a compartirlo.
Salud!
Sí, esos valores Loam, estan vigentes,por desgracia por su ausencia,yo soy muy pesimista,
ResponderEliminarSalud
k