* de Luis de Góngora
** de Niels Bohr
foto: Samuel Beckett contempla perro y gato, tomado de Entre Gulistán y Bostan

viernes, 29 de julio de 2011

comienzo de Concierto barroco-Alejo CARPENTIER-

...abrid el concierto...
Salmo 81


i

De plata los delgados cuchillos, los finos tenedores; de plata los platos donde un
árbol de plata labrada en la concavidad de sus platas recogía el jugo de los asados; de
plata los platos fruteros, de tres bandejas redondas, coronadas por una granada de
plata; de plata los jarros de vino amartillados por los trabajadores de la plata; de plata
los platos pescaderos con su pargo de plata hinchado sobre un entrelazamiento de
algas; de plata los saleros, de plata los cascanueces, de plata los cubiletes, de plata las
cucharillas con adorno de iniciales... Y todo esto se iba llevando quedamente,
acompasadamente, cuidando de que la plata no topara con la plata, hacia las sordas
penumbras de cajas de madera, de huacales en espera, de cofres con fuertes cerrojos,
bajo la vigilancia del Amo que, de bata, sólo hacía sonar la plata, de cuando en
cuando, al orinar magistralmente, con chorro certero, abundoso y percutiente, en una
bacinilla de plata, cuyo fondo se ornaba de un malicioso ojo de plata, pronto cegado
por una espuma que de tanto reflejar la plata acababa por parecer plateada...—“Aquí lo
que se queda —decía el Amo—. Y acá lo que se va.” En lo que se iba, también alguna
plata —alguna vajilla menor, un juego de copas, y, desde luego, la bacinilla del ojo de
plata—, pero, más bien, camisas de seda, calzones de seda, medias de seda, sederías de
la China, porcelanas del Japón —las del desayuno que, vaya usted a saber, tomaríase, a
lo mejor, en gratísima compañía—, y mantones de Manila, viajados por los anchísimos
mares del Poniente. Francisquillo, de cara atada, cual lío de ropas, por un rebozo azul
que al carrillo izquierdo le pegaba una hoja de virtudes emolientes, pues el dolor de
muelas se lo tenía hinchado, remedando al Amo, y meando a compás del meado del
Amo, aunque no en bacinilla de plata sino en tibor de barro, también andaba del patio
a las arcadas, del zaguán a los salones, coreando, como en oficio de iglesia: “Aquí lo
que se queda... Acá lo que se va.” Y tan bien quedaron, a la puesta del sol, los platos y
platerías, las chinerías y japonerías, los mantones y las sedas, guardados donde mejor
pudieran dormir entre virutas o salir a larguísimo viaje, que el Amo, aún de bata y
gorro cuando le tocara ponerse ropas de mejor ver —pero ya hoy no se esperaban
visitas de despedida formal—, invitó al sirviente a compartir con él un jarro de vino, al
ver que todas las cajas, cofres, huacales y petacas quedaban cerrados. Después,
andando despacio, se dio a contemplar, embauladas las cosas, metidos los muebles en
sus fundas, los cuadros que quedaban colgados de las paredes y testeros. Aquí, un
retrato de la sobrina profesa, de hábito blanco y largo rosario, enjoyada, cubierta de
flores —aunque con mirada acaso demasiado ardiente— en el día de sus bodas con el
Señor. Enfrente, en negro marco cuadrado, un retrato del dueño de la casa, ejecutado
con tan magistral dibujo caligráfico que parecía que el artista lo hubiese logrado de un
solo trazo —enredado en sí mismo, cerrado en volutas, desenrollado luego para
enrollarse otra vez sin alzar una ancha pluma del lienzo. Pero el cuadro de las
grandezas estaba allá, en el salón de los bailes y recepciones, de los chocolates y atoles
de etiqueta, donde historiábase, por obra de un pintor europeo que de paso hubiese
estado en Coyoacán, el máximo acontecimiento de la historia del país. Allí, un
Montezuma entre romano y azteca, algo César tocado con plumas de quetzal, aparecía
sentado en un trono cuyo estilo era mixto de pontificio y michoacano, bajo un palio
levantado por dos partesanas, teniendo a su lado, de pie, un indeciso Cuauhtémoc con
cara de joven Telémaco que tuviese los ojos un poco almendrados. Delante de él,
Hernán Cortés con toca de terciopelo y espada al cinto —puesta la arrogante bota
sobre el primer peldaño del solio imperial—, estaba inmovilizado en dramática
estampa conquistadora. Detrás, Fray Bartolomé de Olmedo, de hábito mercedario,
blandía un crucifijo con gesto de pocos amigos, mientras Doña Marina, de sandalias y
huipil yucateco, abierta de brazos en mímica intercesora, parecía traducir al Señor de
Tenochtitlán lo que decía el Español. Todo en óleo muy embetunado, al gusto italiano
de muchos años atrás —ahora que allá el cielo de las cúpulas, con sus caídas de
Titanes, se abría sobre claridades de cielo verdadero y usaban los artistas de paletas
soleadas—, con puertas al fondo cuyas cortinas eran levantadas por cabezas de indios
curiosos, ávidos de colarse en el gran teatro de los acontecimientos, que parecían
sacados de alguna relación de viajes a los reinos de la Tartaria... Más allá, en un
pequeño salón que conducía a la butaca barbera, aparecían tres figuras debidas al
pincel de “Rosalba pittora”, artista veneciana muy famosa, cuyas obras pregonaban,
con colores difuminados, en grises, rosas, azules pálidos, verdes de agua marina, la
belleza de mujeres tanto más bellas por cuanto eran distantes. “Tres bellas venecianas”
se titulaba el pastel de la Rosalba, y pensaba el Amo que aquellas venecianas no le
resultaban ya tan distantes, puesto que muy pronto conocería las cortesanas —plata,
para ello, no le faltaba— que tanto hubiesen alabado, en sus escritos, algunos viajeros
ilustres, y que, muy pronto, se divertiría, él también, con aquel licencioso “juego de
astrolabios” al que muchos se entregaban allá, según le habían contado —juego
consistente en pasear por los canales angostos, oculto en una barca de toldo
discretamente entreabierto, para sorprender el descuido de las guapas hembras que,
sabiéndose observadas, aunque fingiendo la mayor inocencia, al ajustarse un ladeado
escote mostraban, a veces, fugazmente pero no tan fugazmente como para que no se
contemplara a gusto, la sonrosada poma de un pecho... Volvió el Amo al Gran Salón,
leyendo de paso, mientras apuraba otra copa de vino, el dístico de Horacio que sobre el
dintel de una de las puertas había hecho grabar con irónica intención hacia los viejos
tenderos amigos —sin olvidar al notario, el inspector de pesas y medidas, y el cura
traductor de Lactancio—, que, a falta de gente de mayores méritos y condición, recibía
para jugar a los naipes y descorchar botellas recién llegadas de Europa:

“Cuentan del viejo Catón que con vino
solía robustecer su virtud”.

En el corredor de los pájaros dormidos sonaron pasos afelpados. Llegaba la visitante
nocturna, envuelta en chales, dolida, llorosa, comediante y buscadora del regalo de
adioses —un rico collar de oro y plata con piedras que, al parecer, eran buenas,
aunque, claro está, habría que llevarlas mañana a la casa de algún orfebre para saber
cuánto valían—, pidiendo vino mejor que éste, entre llantos y besos, pues el de esta
garrafa que estaban tomando ahora, aunque se dijera que era vino de España, era vino
con poso, y mejor no meneallo y que ella sabía de eso, vino de jeringa, vino bueno
para lavarse “aquello”, para decirlo todo con palabrejas que coloreaban su entretenido
vocabulario, aunque de puro lerdos lo tragaran el Amo y el criado, y eso que
presumían de catadores finos —¡ni que te hubiesen parido en palacio de azulejos, a ti,
que te chingué la noche aquella, siendo tú fregona de patios, rayadora de elotes,
cuando murió mi casta y buena esposa, después de recibir los santos óleos y la
bendición papal!... Y como Francisquillo, habiendo ordeñado la más escondida barrica
del sótano, le hubiese dado lo que fuese menester para amansarle el habla y calentarle
el ánimo, la visitante nocturna se puso las tetas al fresco, cruzando las piernas con el
más abierto descaro, mientras la mano del Amo se le extraviaba entre los encajes de
las naguas, buscando el calor de la “segrete cose” cantada por el Dante. El fámulo,
para ponerse a tono con el ambiente, tomando su vihuela de Paracho, se dio a cantar
las mañanitas del Rey David antes de pasar a las canciones del día, que hablaban de
hermosas ingratas, quejas por abandonos, la mujer que quería yo tanto y se fue para
nunca volver, y estoy adolorido, adolorido, adolorido, de tanto amar, hasta que el
Amo, cansado de aquellas antiguallas, sentándose la visitante nocturna en las rodillas,
pidió algo más moderno, algo de aquello que enseñaban en la escuela donde buena
plata le costaban las lecciones. Y en la vastedad de la casa de tezontle, bajo bóvedas
ornadas de angelitos rosados, entre las cajas —las de quedarse y las de ir— colmadas
de aguamaniles y jofainas de plata, espuelas de plata, botonaduras de plata, relicarios
de plata, la voz del servidor se hizo escuchar, con singular acento abajeño, en una
copla italiana —muy oportuna en tal día— que el maestro le había enseñado la
víspera:
“Ah, dolente partita,
Ah, dolente partita!”...
[...]
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Concierto barroco-Alejo CARPENTIER-edit. siglo XXI de España editores,s.a.
leer y descargar completo en Biblioteca Ignoria-descarga de libros

domingo, 24 de julio de 2011

BROSIO(Ambrosio ORTEGA,1923,Barruelo de Santullán-Palencia)-pintor y encarcelado


¿Quién dijo que de la cárcel sólo se sale delincuente o redimido? También se sale pintor. Al menos eso fue lo que aconteció con Ambrosio Ortega, Brosio, que desde 1947 hasta 1970 estuvo en las cárceles franquistas por colaborar con el maquis, la resistencia guerrillera que trajo en jaque a Franco durante unos cuantos años en las montañas de diversas regiones españolas. Y gracias, ya que fue el precio que tuvo que pagar por serle conmutadas dos penas de muerte, debido a presiones internacionales. Hay quien dice que fue el preso de la dictadura que pasó más tiempo encarcelado. Lo traigo a colación por dos razones: porque todavía puede verse una exposición de su obra en el Museo de la Siderurgia y de la Minería de Sabero (León) hasta mediados de agosto. Y porque es una de esas figuras sorprendentes y anónimas cuya vida y obra no te deja indiferente.(leer más), agradezco al blog Machado en Collioure




obras en la exposición de Brosio,en León, museo de la Minería
hasta el 14 de agosto ver más




Brosio-(Ambrosio Ortega)

lunes, 18 de julio de 2011

G. de NERVAL-Diamanda GALAS y John ZORN-Elias MERHIGE



La Decimotercera vuelve...Es la primera de nuevo;
Y siempre es la Unica, -o es el único momento:
Pues eres Reina, oh Tú! la primera o la última?
Eres Rey, tú, el único o el último amante?...

Amad a quien os amó desde la cuna en el ataúd*;
La que yo sólo quería me ama todavía tiernamente:
Es la Muerte -o la Muerta...Oh delicia! oh tormento!
La rosa que ella sostiene es la Rose trémière**.

Santa napolitana***, la de las manos llenas de fuego,
Rosa del corazón violeta, flor de santa Gúdula_
Has hallado tu cruz en el desierto de los cielos?

Rosas blancas, caed! vosotras insultáis a nuestros dioses,
Caed, fantasmas blancos, de vuestro cielo que abrasa:
-La Santa del abismo es más santa a mis ojos!

*
verso tomado del Fausto//**Malvarrosa. Santa Rosalía sostiene
la flor en su mano//***Santa popular invocada en Nápoles contra
los cataclismos, o la Santa del abismo, del universo del fuego. (Vesubio-Etna)

Traducc.: Anne Marie Moncho y José Luis Jover-edit. Visor, Madrid, 1974


La Treizième revient... C’est encor la première ;
Et c’est toujours la seule, — ou c’est le seul moment ;
Car es-tu reine, ô toi ! la première ou dernière ?
Es-tu roi, toi le seul ou le dernier amant ?...

Aimez qui vous aima du berceau dans la bière ;
Celle que j’aimai seul m’aime encor tendrement :
C’est la mort — ou la morte... Ô délice ! ô tourment !
La rose qu’elle tient, c’est la Rose trémière.

Sainte napolitaine aux mains pleines de feux,
Rose au cœur violet, fleur de sainte Gudule :
As-tu trouvé ta croix dans le désert des cieux ?

Roses blanches, tombez ! vous insultez nos dieux,
Tombez, fantômes blancs, de votre ciel qui brûle :
— La sainte de l’abîme est plus sainte à mes yeux !
Diamanda GALAS &John ZORN-

Din of celestial birds-corto dirigido por Elias Merhige-2006

viernes, 15 de julio de 2011

autoprólogo de Nabokov a su primera novela Mashenka, cuarenta años después

PRÓLOGO A LA TRADUCCIÓN INGLESA


Mashenka fue mi primera novela. Comencé a trabajar en ella en Berlín, poco después de haber contraído matrimonio, en la primavera de 1925. La terminé a principios del año siguiente, y fue publicada por una editorial regida por emigrados rusos (Slovo, Berlín, 1926). Dos años después, aparecía una versión alemana que no he leído (Ullstein, Berlín, 1928). Con esta sola excepción, la novela no ha sido traducida a lo largo del impresionante periodo de cuarenta y cinco años.
La reconocida tendencia de todo principiante a revelar su intimidad por el medio de presentarse a sí mismo en la obra literaria, o de presentar a un representante suyo, no se debe tanto al atractivo que en él pueda ejercer un tema ya estructurado como al alivio que experimenta al liberarse de sí mismo, antes de emprender mayores empresas. Ésta es una de las poquísimas normas generalmente aceptadas a las que me he plegado. Los lectores de mi obra Habla, memoria, comenzada en los años cuarenta, advertirán ciertas semejanzas entre mis recuerdos y los de Ganin. Su Mashenka es hermana melliza de mi Tamara, en ambas obras están los ancestrales caminos, el Oredezh discurre en ambos libros, y la fotografía real de la casa de Rozhestveno, tal como es en la actualidad -excelentemente reproducida en la cubierta de la edición Penguin (Speak, Memory, 1969)- podría muy bien ser la foto del porche con columna del "Voskresensk" de la novela. No consulté Mashenka al escribir el capítulo doce de la autobiografía, un cuarto de siglo después, pero ahora lo he hecho y me ha fascinado el que, a pesar de las invenciones superpuestas (como la pelea con el bruto del pueblo, o la cita en el pueblo anónimo, entre las luciérnagas), en el relato novelado hay un más denso contenido de realidad personal que en el escrupulosamente fiel testimonio autobiográfico. Al principio me pregunté cómo podía suceder esto, cómo era posible que la sensación y el aroma reales hubieran superado las exigencias de la trama y de la rotundiad de los persoanjes ficticios (dos de ellos incluso aparecen, muy desdibujados,en las cartas de Mashenka), máxime si tenemos en cuenta que me resultaba inverosímil que la imitación estilizada udiera ser compatible con la verdad pura y simple. Pero la explicación de lo anterior es en realidad muy sencilla: siguiendo el criterio cronológio de los años,Ganin estaba tres eces más cerca de su pasado de lo que yo lo estaba en Habla, memoria.
Debido a la extremada lejanía de Rusia, y debido a que la nosalgia ha sido un constante y loco compañero a lo largo de toda mi vida, cuyas enternecedoras rarezas me he acostumbrado a tolerar en público, no me molesta en absoluto confesar el doloroso sentimentalismo que hay en mi cariño hacia mi primer obra. Las argucias de la inocencia y la inexperiencia, todos los defectos que cualquier aprendiz de crítico podría denunciar con alegre facilidad, quedan compensados, a mi juicio (y yo soy, en este caso, el único juez), por varias escenas (la convalecencia, el concierto en el granero, el paseo en barco) que, de haber pensado yo en ello, hubieran debido ser transportadas, virtualmente intactas, a una obra posterior. Por todo lo dicho comprendí, tan pronto comencé mi colaboración con Mr. Glenny, que nuestra traducción debía ser tan fiel al texto original como hubiera yo exigido si este texto no hubiera sido mío. Las alegres y felices modificaciones que hice en la versión inglesa de Rey, Dama, Valet, no cabían en el presente caso. Los únicos reajustes que he estimado necesarios quedan reducidos a breves frases explicativas, en tres o cuatro párrafos, referentes a peculiaridades rusas (clarísimas para otros emigrados, pero incomprensibles para los lectores extranjeros), y a transformar en fechas del calendario gregoriano, el generalmente utilizado, las del calendario juliano observado por Ganin. Por ejemplo, lo que para éste es fines de julio, para nosotros es la segunda semana de agosto, etc.
Voy a terminar la presente introducción con las siguientes afirmaciones. Como contesté a una de las preguntas que me hizo Allene Talmey en su entrevista para Vogue(1970): "Lo mejor de la biografía de un escritor no es el relato de sus aventuras sino la historia de su estilo. Únicamente dede este punto de vista se puede valorar debidamente la relación, si es que la hay, entre mi primera heroína y mi reciente Ada." Podría añadir que, realmente, no hay relación alguna. La otra firmación hace referencia a una falsa creencia que todavía se esgrime en ciertos sectores. Pese a que cualquier tonto puede alegar que orange (naranja) es el anagrama onírico de organe (órgano), me permito aconsejar a los miembros de la delegación vienesa que no pierdan su precioso tiempo analizando el sueño de Klara, al término del cuarto capítulo de la presente obra.

Vladimir Nabokov, 9 de enero de 1970.

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en Mashenka-Vladimir NABOKOV-trad.Andrés Bosch-Anagrama-2006

domingo, 3 de julio de 2011

Vladimir NABOKOV-Guía de Berlín

Por la mañana he ido al zoo y ahora estoy a punto de entrar en una taberna con mi amigo y compañero de copas. Un cartel azul lleva una inscripción en letras blancas en las que dice Lówenbrau, junto con la imagen de un león que guiña el ojo y enarbola una jarra de cerveza. Nos sentamos y empiezo a hablarle a mi amigo de tuberías, de tranvías y de otros asuntos importantes.

1. Las tuberías

Delante de la casa en la que vivo hay una tubería negra gigante tendida a lo largo del borde externo de la acera. A unos pies de la misma, en hilera, hay otra, y luego una tercera y una cuarta —las entrañas de hierro de las calles, todavía ociosas, antes de descender a la tierra, a las profundidades que se extienden bajo el asfalto. En los primeros días, tras su descarga de los camiones que vino acompañada de un estruendo hueco de metales, los chiquillos corrían a lo largo de las mismas y reptaban a cuatro patas por aquellos túneles redondos, pero una semana más tarde los niños dejaron de jugar y empezó a caer una espesa nieve; y ahora, cuando a la luz gris y opaca de la primera mañana me aventuro hasta la calle, sondeando precavidamente la traicionera superficie helada de la acera con mis sólidas suelas de goma, una tira uniforme de nieve recién caída se extiende a lo largo de la parte superior de cada una de las tuberías, mientras que en su interior, en la boca propiamente dicha de la tubería, que se encuentra en el lugar más cercano al punto donde los raíles dibujan una curva, el reflejo de un tranvía que todavía no ha apagado sus luces se desliza majestuoso como un relámpago de brillo naranja. Hoy alguien escribió «Otto» con el dedo en la tira de nieve virgen y yo pensé que aquel nombre, con sus dos suaves oes flanqueando la pareja de dulces consonantes, se adaptaba de forma muy hermosa a la capa silenciosa de nieve sobre aquella tubería con dos agujeros y su tácito túnel.

2. El tranvía

El tranvía habrá desaparecido dentro de veinte años, lo mismo que el coche de caballos ha desaparecido hoy en día. Yo le encuentro ya un cierto aire antiguo, una especie de encanto pasado de moda. Todo en él es un punto torpe y desvencijado y, cuando toma una curva demasiado rápido, y el trole se sale del cable y el revisor o uno de los pasajeros se asoma por la parte trasera del coche a mirar a lo alto y a tirar de la cuerda hasta que consigue que el trole vuelva a su lugar, siempre pienso que en más de una ocasión los cocheros de antaño debieron haber perdido la fusta, ante lo cual no habrían tenido más remedio que refrenar su tronco de cuatro caballos y mandar al mozo, sentado a su lado en el pescante con su librea de largos faldones, a buscarla, mientras ellos seguían su camino avisando con bocinazos estridentes cuando el coche, restallando con estrépito sobre los adoquines, atravesara un pueblo.

El revisor que distribuye los billetes tiene unas manos muy extrañas. Se mueven con la misma agilidad que las de un pianista, pero en lugar de ser fláccidas, sudorosas y de uñas suaves, las manos del revisor son tan toscas que cuando por casualidad, al darle el dinero, le tocas la palma de la mano, que parece haber desarrollado una dura corteza como quitinosa, sientes una especie de malestar moral. Son unas manos extraordinariamente ágiles y eficaces, a pesar de su dureza y del grosor de sus dedos. Yo observo lleno de curiosidad cómo agarra el billete entre sus dedos gruesos con uñas tan negras y cómo lo pica en dos sitios distintos, cómo registra su cartera de piel y cómo saca unas monedas para devolver el cambio, y cómo cierra la cartera inmediatamente y tira de la cuerda del timbre o cómo, con un simple empujón del pulgar, abre de golpe la ventanilla de la puerta de delante para entregar los billetes a los pasajeros de la plataforma delantera. Y mientras tanto, el coche no deja de moverse, los pasajeros que están de pie en el pasillo se agarran a las correas del techo y se balancean de un lado a otro, mientras que a él no se le cae al suelo ni una moneda ni tampoco se le rompe un billete al sacarlo del rollo. En estos días de invierno la parte inferior de la puerta delantera lleva una cortina verde, las ventanas están cubiertas de hielo, y en todas las paradas hay un puesto de venta de árboles de Navidad, los pies de los pasajeros están entumecidos de frío, y a veces unos mitones de lana gris cubren las manos del revisor. Al final del trayecto desenganchan el coche delantero que entra en otra vía, hace un giro completo hasta llegar a la vía original y se acerca al resto de la composición por detrás. Hay algo que recuerda a una hembra sumisa en la forma en que el coche de atrás espera hasta que el primer coche, el macho, llega chisporroteando en una llama, se acerca y se le engarza. Y (salvo por lo que respecta a la metáfora biológica) me recuerdan cómo, hace unos dieciocho años en San Petersburgo, solían desenganchar a los caballos y llevarlos alrededor del tranvía con su panza azul.

El coche de caballos ha desaparecido, igual que desaparecerá el tranvía eléctrico, y habrá algún excéntrico escritor berlinés en los años veinte del siglo XXI que, cuando quiera describir nuestra época, irá a un museo tecnológico y localizará un tranvía centenario, amarillo, tosco, con antiguos asientos curvos, y en un museo de trajes antiguos escarbará hasta sacar a la luz el negro uniforme de botones brillantes de un revisor. Entonces volverá a su casa y compilará una descripción de las calles de Berlín en los tiempos ya idos. Cada cosa, cada minucia, tendrá su valor y su sentido: la cartera del revisor, el anuncio sobre la ventana, aquel movimiento o traqueteo preciso que nuestros biznietos quizás se imaginarán..., todo quedará ennoblecido y justificado en razón de su antigüedad.

Yo pienso que en esto radica el sentido de la creación literaria: en la descripción de objetos ordinarios tal y como quedarán reflejados en los espejos amables de los tiempos futuros; en encontrar en los objetos que nos rodean la ternura fragante que sólo la posteridad podrá discernir y apreciar en los lejanos tiempos venideros en los que cada minucia de nuestra aburrida vida cotidiana se convertirá en algo exquisito y festivo por derecho propio: los tiempos en los que un hombre que se haya puesto la chaqueta más común de nuestros días se transmutará en un caballero disfrazado con las galas más elegantes y presto a asistir a un baile de máscaras.

3. Oficios

Aquí tenemos una serie de ejemplos de los diversos tipos de oficios que observo desde el tranvía abarrotado, donde siempre puedo contar con una mujer compasiva que me ceda el asiento junto a la ventana, mientras trate por todos los medios de no mirarme a la cara.


leer completo en Ignoria

farola cubista de Praga-1912


la columna cubista de 1912,de la farola en la plaza Jungmannovo námestí-Praga-


foto: toni escuder en flickr

foto: toni escuder en flickr

sábado, 2 de julio de 2011

pintura de Arnold Schönberg-


mano

caricatura-1935


autocaricatura-1935

mirada-1910

mirada-1910

lágrimas-antes de 1910-


fuente: Arnold Schönberg Center