De todos los cuentos que he escrito, éste es quizás el más singular. Fue escrito expresamente para Fernand Léger, para acompañar una serie de cuarenta ilustraciones sobre payasos y circos.
Me llevó meses, después de haber aceptado la invitación de Legér, escribir el texto, inclusive comenzarlo. Aunque se me había dado entera libertad, me sentía inhibido. Nunca hasta entonces había escrito un cuento por encargo, por así decirlo.
Casi obsesivamente, mi imaginación daba vueltas en torno a estos nombres: Roualt, Miró, Chagall, Max Jacob, Seurat. Casi llegué a desear que se me hubiera pedido hacer las ilustraciones y no el texto. Yo había pintado en el pasado algunas pocas acuarelas de payasos, una de ellas titulada "Cirque Medrano". Por lo menos uno de esos payasos se parece notablemente a Chagall, según me dicen, aunque nunca conocí a Chagall ni he visto siquiera una foto suya.
Mientras me debatía tratando de empezar, cayó en mis manos un librito de Wallace Fowlie(Jacob's Night,1947), en el que hay un conmovedor ensayo sobre los payasos de Roualt, por quien he sido profundamente influido, comencé a pensar en el payaso que soy, que siempre he sido. Pensé en mi pasión por el circo, especialmente el "cirque intime", y en que todas estas experiencias como espectador y silencioso partícipe deben estar enterradas en las profundidades de mi conciencia. Recordé que, cuando me gradué en la escuela secundaria, me preguntaron qué quería ser y les respondí:"Un payaso". Recordé que muchos de mis viejos amigos tenían algo de payasos en su manera de ser y que eran esos precisamente los que yo más quería. Y, luego, para mi sorpresa, descubrí también que mis amigos más íntimos me consideraban,"a mí", una especie de payaso.
Y, entonces, comprendí, súbitamente, hasta qué punto me había conmovido el librito de Wallace Fowlie (el primero de él que llegó a mis manos: "Payasos y Angeles"). Balzac me había hablado de los ángeles (en "Louis Lambert" y, a través de las innumerables divagaciones de Fowlie sobre el payaso, adquirí una nueva dimensión de su papel. Payasos y ángeles se adaptan tan diviniamente entre sí.(Legér tuvo que rechazar mi texto por inadecuado y, posteriormente, él mismo escribió uno para su hermoso libro Le cirque).
Además, ¿no había yo escrito yo algo en alguna parte sobre August Angst y Guy le Crevecouer? ¿Quiénes eran esas dos almas angustiadas, frustradas, sino yo mismo?
Y, luego, otra cosa...Lo mejor que he pintado en mi vida es una cabeza de payaso, al que le di dos boca, una para la alegría y otra para la tristeza. La boca alegre era de un bermellón intenso, una boca cantante. (¡Al recordarlo, me di cuenta de que ya no cantaba!)
De vez en cuando recibía algunas "maquettes" de Léger. Una de ellas representaba la cabeza de un caballo. Las guardé en un cajón, las olvidé y me puse a escribir. No me di cuenta, hasta que no terminé la historia, de dónde había sacado el caballo. La escala era, por supuesto, un don de Miró, y la luna también, casi seguramente. ("Perro mirando a la luna" fue el prier Miró que vi en mi vida.)
Comencé luego conigo mismo, con la firme convicción de que tenía en mí todo cuanto había que saber sobre circos y payasos. Escribí una línea tras otra, ciegamente, sin saber que vendría después. Me tenía a mí mismo; la escala y el caballo, los había hurtado incoscientemente. Acompañándome estaban los poetas y pintores que amaba: Roualt, Miró, Chagall, Max Jacob, Seurat. Es extraño, todos estos artistas son poetas y pintores a un tiempo. Con cada uno de ellos tenía grandes puntos en común.
Un payaso es un poeta en acción. "Es" la historia que representa. Es la misma historia, una y otra vez: adoración, devoción, crucifixión. "Crucifixión Rosa", "bien entendu".
La única parte de mi narración que me causó alguna dificultad fueron las últimas páginas, que tuve que reescribir varias veces."Hay una luz que mata", creo que dijo Balzac en alguna parte. Yo quería que mi protagonista, Augusto, se extinguiera como una luz. Pero,¡no en la muerte! Quería que su muerte iluminara el camino. La concebía no como un fin, sino como un principio. Cuando Augusto se convierte en sí mismo, la vida comienza y no sólo para Augusto, sino para toda la humanidad.
¡Que nadie piense que resolví la historia! La narré solamente como la sentía, a medida que se me iba revelando de a poco. Es mía y no lo es, al mismo tiempo. Indudablemente, es el cuento más extraño que haya escrito. No es un documento surrealista, en absoluto. El proceso de elaboración puede haber sido surrealista, pero sóplo en el sentido en que los surrealistas resucitaron el verdadero método de creación. No, más aún que todas las historias que basé sobre hechos y experiencias, ésta es verdadera. Mi único fin al escribirla ha sido decir la verdad, tal como la siento. Hasta ahora todos mis personajes han sido reales, arrancados a la vida, a mi vida misma. Augusto es único, ya que vino del azul. Pero ¿qué es es este azul que nos rodea y circunda, sino la realidad misma? La verdad es que no inventamos nada. Tomamos en préstamo y recreamos. Desnudamos y descubrimos. Todo nos ha sido dado, como dicen los místicos. Sólo se trata de abrir nuestros ojos, nuestros corazones, para hacernos uno con eso que es.
Los payasos me atraen profundamente, aunque no siempre lo supe, precisamente porque están separados del mundo por la risa. La suya no es jamás una risa homérica. Es silenciosa, lo que llamamos una risa triste. Los payasos nos enseñan a reírnos de nosotros mismos. Y esta risa nuestra nace de la lágrima.
La alegría es como un río: fluye sin cesar. Me parece que éste es el mensaje que el payaso trata de transmitirnos, que debemos participar a través del incesante flujo y el incesante movimiento, que no deb emos pararnos a reflexionar, sino fluir, fluir siempre, interminablemente, como ola música. Este es el don de la entrega y elpayaso lo hace simbólicamente. En nuestras manos está el convertirlo en realidad.
En ningún momento de la historia del hombre el mundo ha estado tan colmado de dolor y angustia. Aquí y allí, sin embargo, tropezamos con individuos intactos, inamculados, en el dolor común. No son individuos sin corazón, ¡lejos de ello! son seres emancipados. Para ellos el mundo no es lo que a nosotros nos parece. Ven con otros ojos. Decimos de ellos que han muerto para el mundo. Viven en el instante, plenamente, hy el resplandor que de ellos emana es una perpetua canción de júbilo.
El circo es un ruedo diminuto cercado de olvido. Por un breve lapso nos permite perdernos, disolvernos en la maravilla y la bienaventuranza, para ser transportados por el misterio. Salios de él deslumbrados, entrsitecidos y horrorizados luego por el rostro cotidiano del mundo. Pero el viejo mundo cotidiano, el mundo con el que imaginamos ser sólo demasiado familiares, es el úncio mundo, y un mundo de magia inagotable. Como el payaso, ejecutamos los movimientos necesarios, siempre simulando, posponiendo siempre el augusto acontecimiento. Morimos luchando por nacer. Nunca fuimos, nunca somos. Estamos siempre en proceso de transformación, siempre separados y desprendidos. Por siempre afuera.
Este es el retrato de August Angst, alias Guy le Crevecoeur, o el rostro cotidiano del mundo, con dos bocas. Augusto es de otra raza. Quizá no he tratado su retrato con la debida claridad. Pero existe, aunque sólo sea por el hecho de que lo he imaginado. Vino del azul y retorna al azul. No ha perecido, no está perdido. Ni será tampoco olvidado. El otro día comentaba con un pintor las imágenes que Seurat nos ha legado. Dije de ellas que estaban arraigadas allí donde él les dio el ser, eternamente. ¡Qué agradecido estoy de haber vivido en imaginación con estas imágenes de Seurat, en la Grande Jatte, en el Medrano y otras partes! Nada hay, en absoluto, de ilusorio en estas creaciones suyas. Su realidad es imperecedera. Viven en la luz del sol, en una armonía de forma y de ritmo que es una pura melodía. Y lo mismo ocurre con los payasos de Roualt, con los ángeles de Chagall, con la escala y la luna de Miró, con su casa de fieras. Lo mismo con Max Jacob, que nunca dejó de ser un payaso, ni siquiera después de haber encontrado a Dios. Mediante el verbo, el acto o la imagen, todas estas almas bienaventuradas que me acompañaron han atestiguado la eterna realidad de la visión. Su mundo cotidiano será un día también el nuestro. En realidad, ya es nuestro, sólo que estamos demasiado empobrecidos para reclamarlo.
Título original The smile at the foot of the ladder-La sonrisa al pie de la escala-Henry MILLER-trad. Juan Carlos Silvi-1ª edic. junio 1980-edit. Bruguera-colección Todolibro
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